Descanse en Pedazos

Rest in Pieces

Descanse en Pedazos

Pablo Collar

Traducción: Sandra Ribas S.
Ilustración: Inara Padilla Salas

El machete que acabó con la vida de Pancho Coto apenas había dejado de palpitar cuando la noticia comenzó a correr. Mientras la sangre rezumaba alrededor del acero enterrado en su garganta, los ojos de Pancho comenzaron a perder el foco y su respiración se largaba por última vez;  Un testigo se apresuró por la ladera, de la colina hasta conseguir señal, y llamó a sus primos y algunos amigos, en poco tiempo, la Guardia estaba al tanto. La comisaría zumbaba con las noticias y los del turno de noche salieron malhumorados de la barraca, despertados por la densa energía en el aire, para ver qué pasaba. La noticia fue un barril que rodó por la calle principal derramando su jugoso elixir por ambos extremos antes de inflarse en una gigantesca bola de nieve tropical que sacudió el pueblo como un temblor a su creciente paso. Era una nube como una sábana que cubría el pueblo en un laberinto electromagnético de mensajes de textos y WhatsApp, llamadas y posteos en Facebook.

En los minutos que tardó la gente para darse cuenta de lo que sucedía, como una ventisca que llega desde el este por encima de las aguas placidas del golfo, las noticias se conocieron en lugares tan lejanos como Kodiak, Düsseldorf y Brisbane y ya se habían exagerado hasta convertirse en una masacre de más de una docena de hombres por Maras con chalecos antibalas y tácticos. Entre todos los rumores las drogas figuraban en el caso; probablemente la traición de personas sencillas y trabajadoras por parte de discutibles autoproclamados abanderados de la probidad cívica, ciertamente la corrupción entre instituciones, por supuesto, en la base de este tapete de sospecha y rumor, todo el asunto estaba enraizado en el salvajismo primordial de la selva misma. Sin embargo, en una hora, las confirmaciones de campo, revelaron que solo había muerto un hombre, nada menos que el más execrable del pueblo, apodado Jupa de Zoncho, que había sido matado en una pelea justa por un hombre decente que meramente protegía su hogar y su honor del temido bandido.

No mucho después del anochecer, se encendieron fuegos artificiales en la Urba y se escuchaban los ecos de contestación de cohetes de cachiflines y bombetas desde el frente del puerto, e incluso Pueblo Viejo participó en el acto. Para las ocho de la noche, un desfile de autos recién lustrados salió a las calles con guapas e insinuantes chicas saludando desde la parte trasera de los pickups y camiones, los conductores pitando el claxon  y recorriendo el pueblo tres veces en alborotado desfile celebrando la noticia, antes de decaer en una estridente euforia convertida en bacanal. Algunos jefes dieron asueto a sus empleados para el día siguiente, en el Bar Coloreteada se repartió guaro gratis durante quince minutos completos. La policía incluso permitió, por esa noche, la comparsa y el bailongo sin los normalmente requeridos permisos municipales.  La avalancha de festividades rivalizó las Fiestas de San Juan y nueve meses después una tropa de bebés prolongó la celebración con el puro acto de su nacimiento.

***

El barril de rumores pasó rodando justo frente a la entrada del Bar China en el Centro del pueblo, donde Ivania Santabria, en las últimas horas del crepúsculo, asiduamente limpiaba la superficie del bar terminado en cachimbo y gastada por el tiempo. Los pelos de su nuca se le erizaron con una oscura intuición, pero descartó el escalofrío y lo atribuyó a las mariposas de inquietud que le causaba su nuevo trabajo y toda la atención indeseada que ella atraía por su clientela al ser la chica nueva.

A los treinta y ocho años de edad, su figura aún mantenía el proporcionado equilibrio de curvas y madurez para acicalarse con una minifalda ajustada y un top escotado para deslizar tragos y birras a los chicos sin que la acosaran demasiado. La cerveza barata y las horas nocturnas agrupaban una tosca multitud masculina que donde escurría una exudación de testosterona por las paredes y se condensaba en el techo; se esparcía una película cerosa que se iba adhiriendo a todas las superficies grasientas que ella estaba obligada a tocar y era con gran esfuerzo que ella logró descartar el asco que sentía por ese inmundo trabajal

La clientela de a pie, estaba formada por jóvenes trabajadores, vendedores de lotería, estafadores callejeros, traficantes de puntas de perico y bolsitas de mecha, vagabundos ambulantes, peseteros, prostitutas, peones de hacienda, nervudos oreros, indigentes del pueblo, otros que llegaban desde los ranchos, los tomadores de fin de semana.  A parte de estos regulares, forasteros sinvergüenzas llegaban de uno en dos de Neilly, Canoas, Golfito, o Pérez Zeledón, intentando mantener su perfil bajo ante los ojos de la ley o que tenían notoriedad judicial en otros lugares; estos siempre sobresalían, provocando rumores a los colegas del bar de acuerdo al grado de su aparente desesperación o maldad.

Ivania se alisó la falda aprovechando la vacía preñez de la brisa fresca que siempre precedía el anochecer; pasó el trapo por las huellas del vaso que había dejado un viejo buscando chismes sobre lo del barril que iba rodando afuera del local.

Era, hablando con franqueza, para Ivania sólo un paso antes de putear, un oficio en el que nunca se había reducido su lucha por salir adelante. La muerte de Mario había sido un golpe cruel. Después de ocho años juntos y felices, ella había estado justo al borde de una vida de clase media decente como la esposa del carnicero del pueblo, un comerciante respetado y hecho a sí mismo. Pero los beneficios de la Caja y del INS resultaron insuficientes para el cáncer que le diagnosticaron y se habían gastado sus ahorros en medicinas y tratamientos privados, todo en vano.  Ivania se hizo cargo de la carnicería cuando su esposo Mario ya no podía trabajar, pero incluso con la ayuda de Nando, ella no era rival para el supermercado BM que se había abierto un año antes y que se abalanzó sobre todos los pequeños negocios, liderando no solo la carnicería, sino también la verdulería, la panadería y el puesto de frutas, hasta doblegarlos uno a uno. Había saldado sus ahorros de dos millones de colones hasta cancelar las cuentas con los acreedores y el alquiler atrasado, aunque había guardado la picadora de carne, el congelador, cámara frigorífica, las sierras, la balanza, los cuchillos y los ganchos en la bodega de la casa menos de un mes después de prepararle a Mario una cripta terminada en azulejos de cerámica y organizar el cortejo funerario con una asistencia nutrida suficiente pueblo en asistencia para mantener su imagen y su ambición de seguir adelante y ascender. Pero las facturas seguían llegando y sin dinero y las niñas creciendo y los uniformes escolares y los libros y todas las demás cosas de la vida y Nando luchando para que su trabajo de guía le rinda con regularidad. Ivania saltó cuando Pirulo se acercó a ella para sugerirle que contoneara su figura en algo apretado para venir a trabajar en su Bar China.

¿Otra águila, don Bartolo?  Ofreció ella.

“No, tengo que correr…”, respondió, sacando un rojo para dejarlo en el mostrador “…para ver a quién han matado ahora.”

Ella hizo una inclinación cuando él salió corriendo y notó los tres borrachos que se reunían en la acera para mirarla y hablar entre ellos. Fue una conspiración menor a la que intentaron atraerla con miradas cómplices; y ella se sintió incómoda. Se retiró al interior para ordenar los mostradores allí y traer hielo como una ocurrencia tardía, luego salió para encontrar que la acera se había llenado de gente que ahora la miraba, ni un alma en el bar en sí. Pirulo se detuvo con un chirrido en su camioneta del año y antes de que pudiera abrir la puerta, Juana Sánchez llegó corriendo por la calle desde la esquina donde se dobla hacia el muelle doble desde la dirección del muelle moviéndose a toda carrera hacia la entrada donde dobló, resbalándose en sus chinelas y se dirigió llanamente a la barra oscilante del bar para agacharse debajo y respirando pesadamente, agarró a Ivania por sus brazos para expresar su desesperación.

“¿Qué pasa, amor?”   Ivania puso sus manos en las caderas de Juana para tranquilizarla.

“Lo han matado, Vani”, logró decir entre ahogos, con lágrimas en los ojos.

Su hijo Fernando corrió de una vez por su cabeza, un cometa atravesando su sistema solar. “¿Quién?” ella le gritó a su compinche. “¿A quién han matado? ¡¿A quién han matado ahora?!”

“A tu marido, Vani.”

“¿Mi qué? Mario lleva dos meses bajo tierra; ¿Qué putas estás diciendo?  hablando?

“No”, suplicó Juana, ahora convulsionada. “El otro. Pancho Coto, amor…lo acaban de matar a machetazos en el Tigre”.

Al otro lado del mostrador, Pirulo miraba su sombrero de vaquero en las manos, sus rasgos de minero torpemente suavizados y la brusquedad contemporánea del pequeño jefe del crimen con una apariencia irónica, en su intento de mostrar empatía.

“Coge tus cosas,” le dijo en voz baja. “Marjorie está en camino para hacerse cargo del bar. Te llevaré a casa.”

“No,” insistió Ivania. “Necesito el dinero; ¡este es mi trabajo! ¡Ese hombre no significaba nada para mí…!!”

“Él fue una vez tu esposo”, respondió Pirulo. “No sería apropiado que te quedaras aquí. Te pagaré el día, no te preocupés; andá a buscar tus cosas y vámonos antes de que esto se convierta en mayor circo.”

***

Las noticias que corrieron por el universo conocido de la Península de Osa no lograron penetrar los tonos oscuros dentro del manglar del Estero Platanares solo porque los dos guías que transportaban a los turistas a los imponentes matorrales tenían sus celulares apagados. Fernando Santabria se acurrucó con su pareja holandesa en la orilla del agua, más allá de la colonia de ibis y garzas, alentado porque su némesis, José Artavia, no estaba a la vista, lo que le permitió andar por el pantano solito esa noche. Los dos guías habían dividido el terreno equitativamente, con llegadas despejadas en los extremos opuestos de la colonia en medio del agua, cada guía cuidando su propio arribo según fuera necesario con discretas incursiones al manglar por la tarde con machetes envainados y podar el charral y brindar a sus turistas un lugar cómodo y seguro en no ser atacados por el mismo matorral y mantener el sendero transitable, estrecho, turbador, pero no demasiado claustrofóbico. De noche, para los no iniciados, la vegetación viva, los insectos, las telas de araña, la idea de las serpientes, repentinas  gotas de agua, las ráfagas de viento y los espeluznantes llamados de los ibis jóvenes, todo hacía del pantano un caldero de salvajismo primitivo, un lugar prohibido, aterrador. Nando inspeccionó el agua tranquila y oscura en busca de reptiles mientras sus clientes lo observaban todo.   

“A los ibis les gustan las partes bajas del manglar, más cerca del agua.” Nando señaló el árbol de mangle rojo que se elevaba en medio de la laguna, sus ramas y follaje extendiéndose como una higuera sobre la superficie inmóvil y negra. “Usted ve que en este momento solo hay unas pocas garzas en las ramas superiores, “enunció en el idioma inglés que había aprendido como ayudante de capitán en la pesca deportiva y después como guía de ecoturismo.  Súbitamente miró hacia el cielo gris, “toda la bandada volverá a cubrir las ramas superiores donde se posarán para pasar la noche y luego volar de nuevo cuando la luz aparezca por primera vez temprano en la mañanita.”

“¿Es típico que esta especie distinta de págaro se junten?” preguntó el hombre en su inglés altamente acentuado. ¿Tiene arguna grelación simbióchica entre eios?

“No, en este caso es solo una relación de conveniencia,” respondió Nando con entusiasmo. “De hecho,” se rio entre dientes, “creo que no se caen bien entre sí—como los vecinos en general—pero están seguros juntos en el agua, por lo que hacen las concesiones necesarias para poder dormir seguros y cuidar a sus crías.”

Interestink,” admitió el holandés.

“A veces, el ibis bebé se pone demasiado ansioso,” dijo Nando, “y deja el nido muy pronto, antes de que esté listo, se cae al agua y luego…”. Juntó las manos como una bisagra que hizo con la base de las palmas para simular las mandíbulas que esperaban debajo del agua. “¡y chaaass…a la barriga de un caimán esperando su chance!”

“Qué horrible”, se estremeció la mujer. “¡Qué destino más aterrador para un inocente pichón!”

“Miren ahí,” Nando señaló una pequeña protuberancia en el agua: “es un caimán.” Mientras los clientes trataban de imaginar la forma de la cabeza de un caimán a partir de lo que parecían ser meros restos flotantes, apareció otro junto al primero y estaba claro que era cierto, ahora eran dos. Pero eran difíciles de distinguir. Sabiendo lo que estaban pensando, explicó Nando: “En unos minutos, más con un poco más de oscuridad, podremos ver muchos ojos rojos en el agua, reflejados por sus focos de cabeza.”

El hombre probó el suyo, pero todavía había demasiada luz.

“Quizás con mis golosinas podamos sacar a El Gordo de las profundidades,” sonrió. Se quitó la mochila para recuperar el paquete de restos de pescado que había comprado en la Marisquería Corcovado. A veces podía conseguir gratis las espinas gratis de los pescadores, pero en el restaurante siempre decían que las cabezas y las carcasas que quedaban al filetear el pescado valían para caldo y que había que pagarles por estas sobras; incluso cuando tenían demasiadas para almacenar, todavía le cobraban.  Aun así, los desperdicios de pescado eran más baratos que los menudos de pollo y el cielo no permitiera, las costosas entrañas de cerdo y res, que eran las favoritas de los reptiles. Abrió la bolsa de plástico y arrojó un espinazo de pescado al agua para esperar que los rodeara más oscuridad, mientras sus clientes se concentraban en la cabeza de pescado flotante, Nando vio a su rival en el camino con cuatro turistas. Sofocó el sentimiento inquietante de la competencia repentina. José era hijo del dueño de una chanchera y nunca le faltaban las tripas de cerdo con las que no podían competir las miserables espinas de pescado de Nando.  Por supuesto, era injusto, como la vida ni siquiera se podía hacer caldo con tripas de cerdo…. Nando vio una uve en el agua con el rabillo del ojo y dirigió la atención de sus clientes hacia ella y encendió su foco de cabeza. “Ya ven?” señaló el par de puntos rojos que se acercaban. “Un caimán se dirige hacia el cebo.”  Los turistas buscaron a tientas sus cámaras.

Efectivamente, el reptil hábilmente agitó el agua para desaparecer en las turbias profundidades con su bocado. La parte mágica del crepúsculo los envolvió y entonces diminutos pares de ojos rojos aparecieron a través de la luz de cada uno de sus focos mientras los haces de luz vagaban por la superficie oscura y el aire se hinchaba con cantos de loros que acudían a sus nidos en la laguna del estero detrás del Bar y Restaurante Agua Luna, al norte a unos trescientos metros de donde ellos se encontraban buscando a El Gordo. Fácilmente había cien pares de ojos por ahí.

 “Parece que están nadando en otra digrección,” se quejó el hombre.

“Miren, aquí viene otro caimán,” Nando señaló uno joven que hizo un bonito remolino al morder el anzuelo. Los clientes tardaron en reaccionar y, cuando tomaron las fotografías, todo lo que quedaba en la pantalla era el resplandor del flash sumergido en la penumbra y una idea de la estela en el agua, por lo demás un vacío, los supuestos caimanes meros estelas fantasmagóricas.

Mientras los chapoteos y los gritos de júbilo se extendían por el pantano, el hombre anunció: “¡Estos caimanes son muy integresanques, pero tenemos ganas de ver el Crocodylus acutus!”

Nando tiró más restos de pescado al agua a poca distancia de donde estaban y mentalmente hizo una genuflexión ante el templo reptiliano para enviar su invitación al mayor emisario, El Gordo, más mítico y noble que los indígenas precolombinos que habitaban la península y trabajaban el oro que se encontraba como pepas en sus ríos y quebradas. El Gordo era un cocodrilo de mar, enorme, dueño de sí mismo y con un finísimo sentido del humor. Quería a los dos guías, Nando estaba seguro y los enfrentó a diario con aparente gusto. Después de unos minutos, el cebo de Nando seguía sin ser reclamado y reposó impotente en la superficie inmóvil mientras los animales nadaban hacia la percha de José, donde el ruido era testimonio del mayor éxito de su competidor en atraer a los reptiles hacia su grupo de cuatro canadienses. Antes de que fuera demasiado tarde, Nando instó a sus clientes a que regresaran de la banca y siguieran el camino. “Parece que favorecen el otro extremo del pantano esta noche, vayamos allí para ver mejor.”

José fue amable pero engreído al dar la bienvenida a los clientes de Nando a su grupo. En el agua irrumpió una espuma de furiosa agitación cuando dos cocodrilos se enfrentaron entre sí para obtener la mejor posición y atacar cada pieza recién arrojada.  Los caimanes se apiñaron en los bordes para lanzarse en busca de los restos que escaparon de los hocicos dominantes y los reptiles estaban azotados hasta un frenesí de hocicos en moción.  Con su sonrisa sardónica y sus modales impecables, Nando mostraba placer, consolándose con la charla feliz entre sus clientes y los clientes de José, todos con los ojos muy abiertos y como paparazzi con los flashes de sus cámaras parpadeando. Nando tendría que pagarle a José $10 por cada uno de los que se unieron al grupo de José, dejándole tan solo $40 en total para el trabajo de la noche, en lugar de los $60 que había asignado mentalmente al pago de la factura atrasada del ICE. Aun así, era mejor sacrificar un poco que decepcionar a sus clientes. Sabía por experiencia que simplemente no estaba en la naturaleza de los holandeses dar propinas. Eran como ticos en ese sentido. Pero canadienses, italianos, franceses y de otras nacionalidades siempre dejaban propina, los gringos siendo por general los más generosos en este sentido. Sonrió al espectáculo, decepcionado por ser vencido nuevamente, todo por la ventaja de mercado de José con carnada gratis de alta calidad. Había sido muy difícil desde que su padrastro se enfermó. Pero con su muerte los zapatos le quedaban grandes.

Mientras Nando se preocupaba por hacer números, la actividad en el agua se detuvo y el arma de José soltó un disparo hacia el centro de la laguna, donde un par de ojos rojos separados por unos treinta centímetros se movieron lentamente hacia ellos y la multitud de bestiecillas más pequeñas se apartaron para darle espacio al recién llegado. “El Gordo, “anunció José, completando la derrota de Nando detrás de José.  Efectivamente, era El Gordo, los más de cinco metros de cocodrilo marino erizado, tendón, músculo, garra y dientes, deslizándose elegantemente a través del agua tranquila, los reptiles menores alejándose, ninguno dispuesto a disputar la zona de comedero. José tenía hígado de cerdo descuartizado reservado para la ocasión y ahora arrojaba estos restos lentamente frente al hocico de la bestia lentamente, pieza por pieza, logrando que el monstruo se acercara más y más a la superficie donde el grupo aguardaba callado con ojos abiertos al límite. El monstruo mordió la carnada encantado nadó hasta el borde del agua para mirar hacia arriba y sonreír a los empalidecidos turistas que retrocedieron boquiabiertos. Obedientemente, la bestia abrió mucho la mandíbula para compartir con ellos las enormes y rosadas entrañas de sus asombrosas fauces rodeadas de gigantescos e intimidantes dientes. Los turistas dieron otro paso atrás, resoplando ante la exhibición, de repente, uno de los canadienses tropezó con una raíz y cayó hacia atrás, aullando de pánico.  Los que mantuvieron el equilibrio lucharon por conservar sus manos quietas para que sus cámaras les funcionaran.

Después de embarazosos momentos, la escena se iluminó con múltiples destellos en rápida sucesión y la fotografía continuó durante un minuto completo. Desconcertado por las feromonas que relamían los labios del tembloroso grupo y las señales de debilidad y vulnerabilidad, El Gordo mantuvo su aterradora pose para permitir que todos tuvieran una buena oportunidad de sacarle fotos, cuando José le arrojó el premio final: el corazón mismo del cerdo, El Gordo cerró la boca lentamente y masticó y machacó en una épica evocación de deleite; miró directamente a los ojos de José. El animal pareció guiñar justo antes de alejarse de la orilla para sumergirse nuevamente bajo la superficie oleaginosa de la negra agua.

“Debemos retroceder,” José extendió los brazos como protegiendo al grupo y retrocedió teatralmente. “En este punto, a veces sale del agua para atacar a los que permanecen en su cercanía.”

Nando puso los ojos en blanco, pero guardó el truco del espectáculo para futuras referencias.  Los seis turistas no requirieron más aliciente y retrocedieron mientras el cielo cobraba vida con el ataque estridente de las garzas fantasmales que convergían en el nido y la respuesta lastimera de los ibis reposados en las ramas más bajas.  Nando supuso lamentosamente que mas tarde seguramente podría tomar cerveza en el Bar Juanitas hasta el cierre con tan solo las propinas de esa noche. 

***

La policía llegó a la casa de los Santabria en Pueblo Viejo a las ocho de la mañana siguiente con su incómodo entrega.

“¿Qué?” Ivania gritó indignada. “¿Y qué es lo que esperan de MÍ? ¿Qué voy a hacer con él?

El teniente no estaba contento con sus órdenes y se había negado a delegar la asignación a sus subordinados justamente por ese motivo. Doña Ivania fue parte de sus luchas y fue injusto; ella había perdido recientemente a su legítimo marido y aparentemente se vio reducida por sus circunstancias a atender la barra en una de las cantinas vulgares del centro como una especie de puta o algo por el estilo. Pero el teniente era de San Vito, no de la Península de Osa, no tenía el apoyo de la red local para arreglar esto con los viejos del pueblo, que parecían encogerse de hombros como grupo y darle la espalda a la situación y su plena injusticia.

“Vos sos su pariente más cercano,” explicó.  “Son tus restos para disponer como mejor te parezca.”

“Para eso está la morgue en Alajuela,” replicó la exasperada viuda. “¡Envialo allí!”

“No hay motivos para una investigación forense; está claro cómo murió este hombre.”

“De todos modos yo pido una investigación forense,” declaró con severidad, Nando a su lado erizado y descamisado, sus tres hijas recostadas en la puerta para observar la escena, la pequeña de ellas chupándose el dedo pulgar.

“Doña Ivania, lo siento, pero ya es tarde para eso. Esta es una decisión sobre la que no tengo control. Y se ha hecho y así es como va a ser.  Lo siento.”

Los oficiales abrieron la puerta trasera del vehículo y deslizaron un pedazo de fibrolit que había sobrado de la remodelación reciente de la delegación, sobre la cual reposaba el cadáver, envuelto en una sábana blanca reciamente manchada en el torso y la región de la cabeza con feas costras marrones.  Depositaron el macabro adorno en el césped bien cuidado, entre el cerco de amapolas y la entradita de lastre que conducía al cobertizo delantero. Luego subieron al camión y se regresaron al pueblo.  Antes de que el polvo de su abrupta partida comenzara a asentarse, Ivania miró hacia abajo y vio que las moscas se juntaban ya en los pliegues de la sábana y entraban y salían zumbando. Había un poco de olor, que aún no era tan hediondo, pero el reloj claramente estaba corriendo….

Después de que ella y Nando arrastraron la improvisada camilla al patio trasero y fuera de la vista pública a la sombra de la bodega, Ivania se duchó vigorosamente y caminó hacia el pueblo en línea recta hacia la casa de don Fausto Justino, donde encontró al jefe del Comité del Cementerio meciéndose en su corredor, esperándola. Ella rechazó su oferta de limonada.

“¿Un millón de colones?” ella resopió suavemente. “¿Para Mario eran veinte mil, pero para este son cincueeeenta veces maaas?”

“Doña Ivania, lo siento, pero para aislar sus restos de una manera acorde a la dignidad de los difuntos del pueblo, debemos comprar el solar contiguo para darle sepultura, el vacío del lado norte… “

“¿Qué?”

“Son tres millones los que están pidiendo por el lote y estamos preparados para poner dos tercios del dinero, así que todo lo que necesitamos de su persona es un pequeño millón para cerrar el trato.”

¿Un milloncito, don Fausto?

“Eso es todo lo que se necesita y podemos solucionar esto de una vez.”

“Es un cementerio, no un proyecto de vivienda.”

“Tal vez, doña Ivania, pero los muertos no son todos iguales y el comité debe considerar las objeciones de la comunidad sobre la proximidad de los restos de su esposo a los de sus seres queridos fallecidos con anterioridad.”

“¡Él NO es mi esposo!”

“Bueno”, el dignatario desvió pacientemente bajo su afrenta fulminante. “¿Qué es entonces, doña Ivania? No tiene madre, ni padre, ni hermanos, ni hijos que lo reclamen. Sos su pariente más cercana y él es tu responsabilidad.”

“Esto no está bien, don Fausto. Ayúdame.”

“Así se hacen las cosas, doña Ivania. ¿Qué otra manera hay?

***

A última hora de la tarde, el cadáver del primer marido de la madre de Nando había comenzado a podrirse y el olor ahora impregnaba la mayor parte del patio trasero. El zumbido de las moscas en plena celebración de la carne en descomposición se oía desde la puerta trasera. Nando se quedó para vigilar la casa mientras su madre hacía los arreglos en el pueblo, preocupado por el tiempo que le estaba tomando y el deterioro de las situaciones en el hogar, consideró el desafío de tomar una posición. Movió los artículos almacenados para limpiar el congelador de carne y llamó a Pepito para que lo ayudara. Pepito era asistente de electricista y trajo prestado un cable, e instalaron una extensión que Pepito conectó a un disyuntor de 220 voltios, que no se usaba desde que vendieron el aire acondicionado el mes anterior para pagar la hipoteca vencida del mes anterior. Había mantenido cómodo a Mario en sus últimos días, un lujo que ni siquiera entonces estaba al alcance de sus posibilidades.  Pepito se ofreció a ayudarlo con el resto, pero Nando no quiso ni oír hablar de ello; él se encargaría personalmente del trabajo sucio. “Solo préstame tu cinta métrica,” le pidió Nando a Pepito.

“No deben observar,” instruyó a sus hermanas, insistiendo en que miraran la televisión y se quedaran en la casa mientras él estudiaba cómo resolver el entuerto. El congelador de carne ahora zumbaba y se enfriaba. Arrastró el cadáver por los pies fuera de la tabla hasta la puerta de la bodega y lo dejó en el suelo polvoriento. Midió el bulto y el recipiente y estudió el reto del almacenamiento en frío oferta y demanda. Cuando quedó claro que no era un ajuste fácil, lidió con el cadáver, pero por mucho que luchó, no pudo lograr que las piernas se doblaran a la altura de las rodillas. El cadáver simplemente se negó a caber; Incluso rompiendo los huesos de las piernas, Nando razonó que era la carne misma la que se había endurecido. Aparte de cortarle las piernas, no veía forma de meter el cuerpo en la nevera. Nando aún no estaba preparado para amputarle las piernas a cualquier hombre, muerto o no y huyó del cuerpo, su hedor asfixiante y la plaga de moscas que lo acompañaban y tomó una refrescante ducha para repensar las soluciones.

***

“¿Qué hay de la investigación forense?” preguntó Pirulo, desde la cabina de su camioneta, el aire acondicionado emitiendo vapor blanco de las rejillas. Eran pasadas las siete de la tarde, e Ivania desesperanzada, había estado pateando las calles todo el día, tratando de encontrar una respuesta.

“Solo dentro de las 24 horas posteriores a la muerte, o a menos que se conserve embalsado, o, bueno, eso es lo que dijeron.”

“¿Y ningún terrateniente te dará un pedazo de tierra en algún lugar para que lo lleves?  Te ayudaré a enterrarlo.”     

“Nadie lo acepta.”  Ella miró hacia abajo con los ojos hinchados. “Le he preguntado a la mitad del pueblo y todos se niegan a extender la mano.  Es como si se hubieran puesto de acuerdo de antemano.”

“Así que debés cremarlo, entonces.”

“¿Cómo voy a pagar la leña, don Pirulo ¿Y qué pensarán los vecinos?”

“Hay crematorios para eso Ivania. Seguramente hay alguna institución de bien social que te ayude con los gastos.”

“Son quinientos mil, jefecito y todavía tengo que transportarlo hasta Chepe para esta cremación. Es ilegal transportar a un muerto ¿Cómo voy a encontrar y pagar para que alguien lo lleve a San José?  Probablemente resultará más barato pagar el millón que pidió don Justino, los que no tengo y no puedo pedir prestado,” lamentó ella, “para enterrarlo en su maldito nuevo sector del cementerio.”

Pero un millón no iba ser suficiente y Pirulo sabía que nadie en el pueblo tenía nada que ver con el entierro de Jupa de Zoncho y que sería como tirar el millón y más de lo que ella podía pagar y si se les ocurría, le dirían dos o cinco millones o, al final, simplemente le dirían que ninguna cantidad podría pagar su entrada al cementerio.

Miró hacia arriba pensando alguna nueva solución. “Tendré que pagar un bote y enterrar a este hombre en el mar. Parece que no hay otra manera.”  Se inclinó sobre el asiento y lo besó en la mejilla y salió de la camioneta y no miró para atrás mientras cruzaba el patio y entraba a su casa.

***

Era demasiado tarde para llamar a los de las lanchas del pueblo. Todos se acostaban temprano para levantarse mucho antes del amanecer, pero no iba a haber vela.   Un sondeo rápido reveló una reticencia general a involucrarse.

“Esto es bastante irregular,” se lamentó Rodríguez. “Lo arriesgaría todo, doña Ivania por involucrarme en esto. ¿Está segura de que realmente quiere pedírmelo?”

“Es ilegal”, señaló Patona. “La pura verdad todo el pueblo está esperando para ver qué harás… “

“No puedo meterme en esto”, dijo el viejo Ramírez sin rodeos. “Mis condolencias por sus dificultades, Dios le de fortaleza… “

Nando rodeó a su madre con los brazos, sentía la enorme humillación que provocó su incontenido torrente de lágrimas.

“Va a estar bien mami. Por la mañana, cuando esté despejada y con la cabeza fresca, resolveremos esto.”

Ella lo miró a los ojos y él tenía razón.  Esto es solo una dificultad que superaremos.

“Pero tiene que descansar esta noche mami. Realmente necesita dormir. Debe tomar una de las pastillas de Papi y descansar de verdad. Las chicas y yo, no podemos sentirla tan agotada por falta de sueño. Mañana es un día demasiado importante.”

“Tenes razón,” dijo ella y cariñosamente le pellizcó la nariz.  Descartó la idea de las pastillas de Mario y encontró en su hijo realmente un enorme apoyo. Había un orden racional y moral que se revelaría luego de una buena noche de sueño. “¡Vamos todos a la cama y enfrentemos esto frescos por la mañana!” Las niñas se fueron a su habitación sin decir ni pío y Nandito se cepilló los dientes y cerró la puerta de su habitación e Ivania decidió en repentina calma que realmente necesitaba dormir bien y tomó, después de todo, una de esas pastillas.

***

“¡Upe! ¡Upe!”

Ivania se despertó al llamado de Juana y descubrió, por la luz de la mañana, que el día ya es muy avanzado.  Ella saltó de la cama; a como pudo se puso una bata y vio que eran casi las diez  Apartando las telarañas, vio que la puerta de las niñas estaba abierta, presumiblemente se habían ido a la escuela. La puerta de Nando estaba atípicamente cerrada, pero ella no le dio importancia y atendió a Juany invitándola a pasar.

“Gracias a Dios que viniste,” dijo. “Tomé una de las pastillas de Mario anoche y quién sabe hasta qué hora me hubiera quedado dormida…y con tanto que hay que hacer hoy!”  Miró alrededor y olió el aire. “Qué hermosa mañana,” reconoció.

“Buenas noticias,” anunció Juana.

“No seas tímida, cariño. Me vendrían bien algunas buenas noticias, aunque sí es una hermosa mañana, tengo que admitirlo.”

“El Nica Gerónimo ha accedido a prestarnos su panga,” anunció vibrante Juana.” “No tiene motor, pero el agua es muy profunda justo al final de Puntarenitas y podemos remar de ida y vuelta y terminar con todo en apenas dos horitas. Incluso ayudarán quince rojos para que don Gero nos ayude con el brete.”

“¡Son excelentes noticias!” exclamó Ivania. “Porque incluso si no puedo conseguir un camión, solo hay doscientos metros hasta la playa. Estoy seguro de que alguien me prestaría una carretilla…”

“Le pedí que remara de inmediato, así que estará esperando dentro de una hora.”

“Todavía no he tomado café, amor,” confesó Ivania

“Si aún no has tomado café, entonces vamos a prepararte una taza en este mismito momento.

Remediaron esto en la cocina donde Ivania puso agua a hervir mientras Juana preparaba el chorreador.

“Dios te bendiga, Vani, qué tribulaciones,” dijo efusivamente Juana. “Sos un ejemplo para todos.”  Ivania arrugó la nariz. “Este va a ser un trabajo bastante asqueroso.”  Dirigió su barbilla en dirección de la bodega al fondo del lote.

“Pero después de un gran y desagradable esfuerzo, todo terminará, querida y podrás volver a tu vida.” 

“Necesitamos una mortaja de algún tipo.”

“Traje unos sacos. He hecho los cálculos. Podemos jJuntar los res, el del medio recortado y coserlo todo junto. ¡Tengo hilo de pescar y todo lo que necesitamos son con algunas buenas piedras y estaremos listas! ¿Dónde está Nando? Lo necesitamos. Todavía va a ser un trabajo duro.”

Ivania apuró su café y miró sombríamente a su amiga. “Debo ir a calcular con más detalle la tarea,” declaró.

“Vámonos,” respondió con valentía y voluntad Juana.

“Juani, has hecho más por mí de lo que podría pedir. No puedo involucrarte más en esto. No puedo permitir que te molestes en ocuparte de este muerto. Prefiero que me dejes encargarme yo.”

“Para nada, princess; “no seas ridícula, Vani; ahora vámonos.”

Se miraron mientras Ivania empujaba la puerta. “¿Listo?” dijo, arrugando la nariz.

“Lista, cariño…”

Pero cuando abrió la puerta, el cuerpo no estaba allí. Había un olor persistente, no muy diferente al de una rata muerta y oculta entre las paredes que después de una semana se disipaba completamente. Era desagradable pero no abrumador, un olor manejable con cloro. El cuerpo había desaparecido, moscas, sábanas cubiertas de sangre, la camilla improvisada, todo: desaparecido.

“Pero…” dijo Ivannia, incrédula. “Esto no es posible.”

“Vani”, profirió Juana. “¿No ves? ¡Llegaron de noche y se lo llevaron! ¡Sintieron remordimiento por cargarte tan injustamente y entraron con sigilo al amparo de la oscuridad para sacar el cuerpo y enterrarlo en algún lugar en la montaña!”         

La bodega parecía diferente. Los artículos almacenados se habían movido un poco, aunque no mucho, seguramente mientras Nando estaba tratando de descubrir una manera de colocar el cuerpo en el congelador de carne como confesó por teléfono haberlos intentado sin éxito.  Aun así, todo parecía haber regresado a su lugar original, pero de forma más ordenada. El suelo recién lavado tenía una mancha de humedad que aún no se había evaporado por completo. “Bueno,” frunció el ceño, “supongo que eso no es imposible, pero no puedo imaginarlos tomándose el tiempo para limpiar después y dejar las cosas tan bien aquí…”

“Sospecho que había tanta culpa por endosarte esto que tuvieron mucho cuidado de dejar las cosas como si esto nunca hubiera pasado,” insistió Juana. “Vani, querida, dejemos las celosías y la puerta abierta para que se ventile el cuarto.”

Fueron necesarios quince pasos, desde la bodega hasta la puerta trasera de su casa, para que Ivania descartara cualquier duda o sospecha y aceptara la liberación con los brazos abiertos.  Entró por la puerta trasera ya planeando el gallopinto, los huevos y la natilla para el desayuno y encontró a Nando restregándose los ojos, calentando agua y alistando el chorreador.

“Nandito,” lo saludó Juana con un beso en la mejilla y su abrazo de tía. “No lo creerías; vinieron de noche y se llevaron al muerto.”

“No,” respondió Nando, sin haber despertado del todo. “Imposible. ¿Por qué harían eso?”

“Culpa,” pronunció Juana. “El pueblo vio lo mal que estaba cargar a tu madre así y en la noche se arrepintieron y vinieron para subsanar las cosas.”

“Juany, debés ir a la playa y decirle a don Gero que ya no lo necesitamos. Tengo cinco mil colones aquí; lleváselos a él; decile que le pagaré otros diez el viernes cuando me paguen, por favor sé amable, haceme el mandado y volvé enseguida. Y también de mi parte decile ‘gracias’”.

“Mami, me llamaron del pueblo, de la oficina de CafeNet el Sol; tienen un tour para mí esta noche. Debo estar allí a las once para hacer los arreglos.”

“Nando, ¿te acabás de levantar? ¿Hay algo mal?”

“Ay, mami, era yo el que necesitaba tomar una pastilla anoche. Di vueltas y vueltas y no podía dormir por la preocupación. No fue hasta después del amanecer que creo que finalmente dormí un poco, pero todavía me siento un poco desvelado.”

“¿Y no oyó venir a nadie durante la noche?”

“Probablemente sea el ventilador, mamá, hace mucho ruido.  Además, no podía dormir y escuché música en mi Samsung con los audífonos durante un par de horas…” Miró hacia abajo.

“Esperate mientras preparo el desayuno.”

Pero Nando se mandó el resto de su café para salir corriendo.  “Ah no, mami, no puedo llegar tarde.  Esta es una familia de ciiiiiinco gringos, ay Mami, eso son $250 por tres horas de trabajo. ¡No puedo llegar tarde!”

Antes del anochecer, en la parte lenta del día, Ivania se afanaba en la barra y con la película espantosa, fregando y lavando, coqueteando libremente con los tres clientes que bebían cerveza y hablaban con certeza del próximo partido de fútbol, ​​en lugar de asuntos personales que propiamente no eran de su incumbencia.  Espontáneamente, Juana hizo las rondas pertinentes y difundió el chisme acerca de que la buena gente de Jiménez decidió hacer lo correcto para retirar el cuerpo en silencio y enterrarlo en la montaña en algún lugar en una tumba anóni. Pronto, las noticias estaban por todo el pueblo; muchos se preguntaban quién era el generoso benefactor, pero que esa persona decidió mantenerse en secreto, pero ninguna idea burbujeó para dar pistas sobre él.  Los pueblerinos consideraron de mal gusto sacarle el tema a la propia Ivania hasta pasados ​​varios meses, aunque muchos de ellos le sonrieron y la saludaron con más amabilidad de la acostumbrada, llegando algunos incluso a felicitarla y elogiar a ese Señor por el buen corazón de las buenas personas. Por su parte, Ivania fue amable, no celebró nada y solo mostró buena voluntad a todos. De repente, no había ningún nerviosismo persistente sobre el trabajo, en realidad esperaba con ansias enamorarse de esta noche en torno al partido de fútbol, ​​una oportunidad para finalmente sacar todos los recuerdos de su cabeza y poder simplemente realizar el trabajo por el que se le pagaba.

***

“Ese es José Artavia,” explicó Nando al pasar por el lugar de su colega camino al suyo. “Somos competidores, ya ven, en este negocio de mostrar a los visitantes el pantano.” Nando sonrió y les guiñó un ojo a los niños. Él tiene una pareja de israelíes esta noche.  Ahora veremos quién llama a más reptiles.” Los israelíes estaban con los españoles en un rango de dar propina por debajo incluso de los holandeses.

Nando le rugió un poco a Timmy, quien le devolvió el rugido con las cejas arrugadas y se rio. “Los cocodrilos no rugen,” señaló el niño experto. “Ellos emiten una especie de silbido… “

Papá, Nando va a llamar a estos bichos,” dijo Melissa. “Puedo sentirlo en mis huesos, papi,” replicó Elizabeth.

“¿Ves el árbol de mangle rojo y todos los ibis en el fondo?,” señaló Nando. “Ahora mismo solo hay unas pocas garzas en las ramas altas, pero cuando oscurezca volverá al nido toda la bandada, ya verán.”

“Cariño,” le dijo el señor a su esposa, “me gustaría que apreciaras ese montón de picos”, dijo la mujer hacia los ibis habitando las ramas inferiores del mangle. “¡Nunca había visto algo así en mi vida!”

“Y esos picos tan grandotes,”, estuvo de acuerdo su esposo. “Seguramente especializado para la dieta de la especie,” le miró a su guía.

“Es cierto,” respondió Nando. “Comen crustáceos e invertebrados en el estuario, a veces insectos y hasta pequeños peces. Usan ese pico para escarbar en el barro su comida. Sus crías emiten un grito muy distinto…”  Un ibis juvenil que graznó en ese momento no podría haber tenido mejor presencia más oportuna para para ilustrar el escenario.

 “Papá, eso es espeluznante”, advirtió Elizabeth. “Suena como un alma en pena lloriqueando,” apuntó Melissa.

“Es muy similar a la llamada del banshee”, explicó Nando, “que es un tipo de chupacabras que entiendo que es endémico en la Isla Esmeralda en Irlanda.”

“No existen las banshees ni chupacabras”, denunció Timmy, todo crecido “Eso es todo un montón de bohunkuss.

“Nunca se sabe, Timmy”, le advirtió su madre.

Nando distribuyó los focos y señaló la gran cantidad de restos flotantes debajo de las ramas de los manglares que en realidad eran cabezas de caimanes que buscaban comida. Ayudó a los niños a ajustar las correas de sus focos de cabeza y les mostró cómo encenderlos y apagarlos y cómo hacerlos estroboscópicos. Les gustó esa parte. “En unos minutos, con la llegada de un poco más de oscuridad, la luz hará que los ojos de los bichos brillen de color rojo,” les dijo.

“Al igual que el chupacabra”, le dijo a Timmy.

“No hay jueputas chupacabras,” insistió Timmy.

“Timmy!” le reprendió su madre.  “Cuide esa boca!” 

Las mellizas se pusieron a cuchichear cuando Timmy puso los ojos en blanco.

Por el camino, José ya había atraído a un par de caimanes a su carnada, pero todavía era temprano.  Nando se quitó la mochila y sacó tres bolsas de su propio cebo.

“¡Ew!” observó Timmy. “Asqueroso, asqueroso,” asintieron las gemelas al unísono.

“Ah, esta es una mezcla especial de cerdo y res,” explicó Nando, “curado perfectamente para los cocodrilos, e incluso tengo un regalo especial si El Gordo nos da el honor de presentarse esta noche”.

“Es como un cebo apestoso”, señaló el padre. “¿Recuerdas lo que usamos el verano pasado para el bagre en el estanque del abuelo?”

“Ufa,” recordó Timmy, mientras Nando arrojaba los primeros trozos de carne molida al agua.

Stinky winky,” proclamaron las guilas.

Dos caimanes corrieron por el bocado y pelearon en el agua justo frente a ellos, gruñendo y mordiendo. Sus clientes comenzaron a jadear, chillar y a esforzarse por buenas fotografías y al otro lado del camino, Nando vio que los clientes de José miraban en su dirección, José tratando de atraer su atención de nuevo a algún espectáculo inferior al que ilustraba de Nando.”

Caiman crocodilus,”, señaló Nando, ambos adultos y del mismo tamaño. Es un torneo justo.”

“Son muy hijueputas,” estalló Timmy.

“¡Timoteo!” reprendió su mamá. Las gemelas emitieron sus picaras sonrisillas.

Para cuando la luz casi se había ido, pares de ojos rojos desembocaron sobre ellos y las dos barcas de excursión se acomodaron en el agua para simplemente gruñirse el uno al otro mientras Nando les arrojaba sus pequeñas golosinas. En su lugar, cuatro cocodrilos americanos ahora competían por una posición mientras el cebo apestoso volaba. Los bichos se abalanzaron y resoplaron, realizando una aterradora danza de pantano, los caimanes invadieron en un codicioso semicírculo para acercarse y morder los restos que se desviaban más allá del alcance territorial de uno de los animales más grandes.

“Ah, hola, José, Señor, Señora, conozcan a la familia Walker, el Sr. y la Sra., Melissa, Elizabeth y Timmy, llegan justo a tiempo para un gran espectáculo sonrió Nando con amplia sonrisa, gozando anticipadamente el sabor de la venganza,  de los veinte dólares que le tendría esta noche que cancelar Artavia a él en vez del sentido contrario. “¡En todos los sentidos, bienvenidos!”

“A veces prefieren alimentarse de mi lado”, explicó José, “a veces prefieren alimentarse del lado de mi amigo Nando.” Obedientemente, Artavia se dio un paso atrás y dejó el juego a su rival.

“Miren,” señaló Nando hacia el centro, donde un par de ojos muy separados se acercaron desde el agua que se abría, todos los caimanes menores abriendo espacio. “¡El Gordo!”

“¡Mamá, mira!” Timmy señaló. “¡Es El Hijueputa Gordo!”

Cada chica agarró las manos de su padre para apartarlo de la banca. “Papi, tengo miedo,” dijo Elizabeth. “Papí, regresémonos ya,” insistió Melissa.

“Maricas…”  Timmy se acercó al agua. Mamá tiró de él hacia atrás y lo sostuvo contra ella en un momento de pánico en el cual su vocabulario vulgar ni entró en contención. 

El cocodrilo se acercó a la orilla y abrió el hocico a unos pocos metros de la orilla, Nando se acercó a él y colocó suavemente un bocado de carne molida dentro de las fauces del animal y se estiró para acariciar a la bestia entre sus alertados ojos. El animal cerró lentamente la boca y comenzó a masticar mientras Nando le acariciaba la frente. Los israelíes comenzaron a hablar entre ellos en su extraño idioma y sus propios clientes se quedaron silenciosos y pasmados por el atrevimiento y valentía del guía.

“Conocé a ‘El Gordo'”, Nando levantó la vista. “Crocodylus porosus. Cocodrilo de agua salada. Cuatro coma ocho metros de longitud.  Fuerza de compresión de la mandíbula de cinco mil libras por pulgada cuadrada, casi diez veces más que un pitbull terrier…”  El Gordo emitió un agudo y largo siseo como aprobando le que decía Nando y Nando le lanzó un nuevo bocado a su complaciente jeta.  “Solo superado por el hombre en la cadena alimenticia del pantano,” concluyó el guía triunfalmente.

“¡Les dije, hijos de puta, que silbaban!” proclamó Timmy en una voz alterada.

“¡Timothy Randall Walker!” la madre se disgustó. Las chicas soltaron sus risillas.

El Gordo se lo tomó todo con calma y comió despacio y tragó y volvió a abrir sus fauces y Nando sacó el resto de la carne molida y se iluminó un mar surrealista de destellos irregulares, alimentó al reptil con lo que quedaba de la carne molida; mamá forcejeando para evitar que Timmy se uniera al guía junto a la bestia.

El reptil gigante sonrió e hizo una finta con la pata hacia la orilla que envió a toda la multitud tropezando hacia atrás y el lagarto prehistórico movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo y pareció reírse entre dientes; luego abrió la boca y mantuvo esa pose, mirando a Nando atento.

“Él quiere su premio,” observó Nando. El reptil hizo un trabajo rápido con las rebanadas de hígado preparadas para él. “Hígado de res, uno de sus favoritos,” explicó Nando.  Cuando eso se acabó, separó la delicatessen final.  “Pero lo que realmente le gusta más es el corazón de cerdo,” declaró, sonriendo a José mientras miraba hacia atrás y colocaba el órgano en la lengua de la criatura, atreviéndose a meter su brazo entero dentro de hocico expectativo del depredador ápice. Obedientemente, la bestia gruñó, masticó y finalmente tragó el bocado suavemente, pero con evidente placer.  Miró hacia arriba hasta hacerle un guiño a Nando antes de volver a sumergirse bajo la superficie aceitosa del agua.                                                                                                            

El cielo estalló con las garzas que volvían a las ramas superiores cuando los caimanes convergieron en el vacío, Nando extendió los brazos detrás de él y apartó al grupo de la orilla del agua, para que la gran bestia no se abalanzara sobre ellos como era su tendencia

Rest in Pieces