Momma’s Tears


Las lágrimas de Mami eran aguas de manantial sobre el fértil suelo del Sahel donde sembró flores a la par de la tumba de su hijo mayor, matado por una pandilla cristiana hace años. Las seis atajadas de Abah en la tercera ronda de un campeonato juvenil le ganó una beca deportiva, y su hijo menor voló a América para jugar el magnífico deporte de futbol en el gran estado de Oklahoma.

Tomando el consejo de Profe, Abah eligió administración de negocios para estudiar. Quedó pasmado por una muchacha alta y timida en su clase de ingles que se llamaba Vanessa y comenzó a salir con ella. Sin retos en la cancha ni en la aula, el probó los deportes que veía en la televisión. Encontró su ritmo en su tercer intento y pasó el record universitario en el salto triple y el dia siguiente marcó 11.1 segundos en los cien metros. Su altura y fuerza eran indomables en baloncesto informal, y le guiaron al gimnasio para presentarse y probar. En la piscina él se hundía como una piedra y dejó ese deporte para atletas mejor equipados para la natación. Su visión aguda y coordinación física dejó el escuadrón de pitchers vencidos en el mundo, pero la cultura del beisbol le era extraña, su ritmo foráneo. Entró al estadio y le pidió humildemente a uno de los en cargo si le daban un chance con el cuero de chancho, y esa noche le ardía la cama al técnico ofensivo mientras daba vuelta tras vuelta, el sueño completamente fuera de la cuestión.
Abah adoptó a una gatita que nombró Abasiami. Al ser informado que eran prohibidas las mascotas dentro de los dormitorios universitarios, hizo maletas y alquiló un apartamento estudio. Su sonrisa, poder, y gentileza le ganó amigos en sus clases, en las canchas de los deportes y dentro de la unión estudiantil. Cuando su profe de fut le advirtió que se restringiera a un solo deporte, desafió de la instrucción.

Pero es lo que Abah hace,” le respondió, su sonrisa irreprensible. “Yo juego no una cancha sino todas las canchas.”
La disensión en el Departamento Atlético se difundió desde los corredores del estadio al chisme del campus hasta caerse dentro de las páginas del periódico local y estatal, y los técnicos de track and field, baloncesto, y futbol americano le cotejaron al joven Abah con sus incentivas y visiones contrincantes para su futuro. A profe le salía baba de furia con sus hablas de sedición, perfidia, y traición. Se murmuraban rumores de un I-phone, un carro, rondas de compras y otros bonos de contratación.
Dejó a Vanessa por fuera de sus deliberaciones, esto siendo una cosa de hombres, pero se recostó en el piso y le puso a Abasiami encima de su pecho para compartir sus pensados. “Tengo que hacer lo que trae el mejor beneficio para la mayor cantidad de personas,” le dijo delicadamente. La gatita se apretó en una bolita a ronronear.
El Director Atlético estaba sin palabras; nunca había tenido ni la oportunidad de sonar con un trofeo Heisman.
“Si alguien te pregunta,” le aconsejó el amistoso viejo que le tocó la puerta para entregarle las llaves, “dígales que te lo compró tu mami.”
“Gracias, Señor,” sonrió. “Ahora quien le va enseñar a conducir a Abah?”
Vanessa se postuló, feliz con la oportunidad de contribuir.
Él tuvo siete recepciones, 172 yardas, y tres touchdowns en el primer partido de la temporada y el Gran Estado de Oklahoma se volvió tiempo. “Faltaba solamente Abah!” era el titular que encabezaba la sección de Deportes del periódico estatal el día siguiente. Para el mes de noviembre quedaban invictos y encaminados a un trofeo de liga. Se estaban murmurando las posibilidades de un campeonato nacional.

Fue un texto de mensaje de Profe cuando venían del cine rumbo a casa, resaltando los puntos que debía de tocar en la gran entrevista con la emisora estatal programada para el día siguiente. Distraído en su respuesta al texto, si dio caso omiso en el cambio de luz del semáforo. El Ford F160 le golpeó el bumper del Mustang y lo mando girando en vueltas, y la puerta del chofer se dio contra el poste del semáforo. Vanesa sufrió una conmoción cerebral y retiró a Abasiami el día siguiente del estudio. Le quitaron a Abah de soporte vital después de una semana y lo enterraron el día siguiente, lejos de su casa, en obediencia a las tradiciones islámicas de sepultura
Las lágrimas de Mami abonaron con sal las flores marchitas de la tumba de Mohammed, el suelo fértiles levantándose al viento del Sahara que se le asentaba
