A Way You’ll Always Be

Jack Stone nunca había estado menos seguro de sí mismo.
Levantó el puño para golpear el vidrio, pero falló en su primer golpe; sus nudillos no llegaron a la puerta. Estaba de pie en el caluroso patio, culpable de entrometerse dentro del santuario interior del Caudillo de los minerales, ojos sin duda asomándose por las cortinas de cada una de las ventanas. Su temeridad en admirar de cerca los montones de geodas en bruto, ágata, obsidiana, hickoreíta y otros tesoros lo dejo tenso, pero su fascinación, Jack lo reconoció con honesto y merecido, y que él tenía el derecho de majar suavemente ese sagrado espacio terrenal. Los recortes de losa amontonados se acumularon esperando su turno en la volteadora. Una arboleda de madera petrificada estaba apilada como leña suelta en un cúmulo. Contra la pared estaban colocados los adornos del oficio: cajas de madera, montones de periódicos, cartones para cervezas vacías. Para que los perros no lo atacaran de inmediato, Jack apretó los ojos con fuerza y se encogió ante el sonido que sus pequeños nudillos hicieron en el grueso cristal.
Esperó muchos segundos y quiso irse, nadie en casa. Volvió a llamar, esta vez un poco más fuerte y se convenció de que no tenía por qué estar tan nervioso, que no era un intruso a pesar de cómo se sentía. La puerta se abrió para dejarlo cara a cara con la leyenda misma. Jack miró hacia el agujero donde se suponía que debía estar su ojo izquierdo y miró hacia arriba congelado por la sorpresa. La mirada de sospecha del gran hombre desfigurado se convirtió gradualmente en un ceño fruncido.
—¿Qué diablos quieres, niño?—
Lo primero que uno notaba sobre el Sr. Butch —Perro Loco— Walker, después de superar la falta de su ojo izquierdo, era la enormidad de su barriga. Era grande y redondo, como el de una mujer embarazada, maciza y esférica. Pero era la única parte del hombre que casi podrías llamar gorda. Jack nunca antes había visto a Perro Loco sin su parche en el ojo, pero ahogó su sorpresa en este estreno. La camiseta de tirantes que andaba estaba manchada y mugriento en el frente, donde Jack supuso que probablemente se rozaba con el medio mundo de cosas en su frente. Medias lunas amarillas debajo de los pálidos brazos del hombre completaron la primera impresión de Jack. Debido al tamaño de su pansa, el viejo andaba su pantalón de mezclilla tan bajo sobre unas caderas tan diminutas que Jack pensó que, de seguro, no podría darse la vuelta sin mostrar la grieta de su trasero. La cabeza pulida de Walker era tan morena como sus antebrazos. Sus orejas estaban obstruidas con vellos grises rígidos que desafilarían las tijeras de Mami, y Jack pensó que su audición casi seguro tenía que estar afectada. La uña del dedo medio de su mano izquierda, se curvaba alrededor de la punta del dedo hasta el otro lado y era gruesa y amarilla, prácticamente diabólica, y Papi decía que era uno de los métodos de Perro Loco para golpear fuertemente contra la mesa en las negociaciones con hombres igualmente rudos que llegaban a su puesto remoto en el desierto mejicano para comprar, canjear, y comerciar especímenes de minerales finos y materia para la producción lapidaria.
—Estoy aquí porque he venido a trabajar para usted, señor Walker, señor, — anunció Jack.
Por el ceño fruncido que esto evocó, uno pensaría que el gran hombre acababa de sacar un cerote canino del fondo de su taza de café.
—¿Di qué? —dijo el viejo Walker en voz baja, sus cejas y su tono forjando una postura entre la ironía y el sarcasmo—. Jack se aclaró la garganta y miró hacia arriba con un propósito renovado y un temperamento acelerado para la ocasión. La adrenalina era como un tren a toda máquina, pero su voz superó sus propias expectativas y se la jugó sin cautela ni temor.
—Mi nombre es Jack Stone y estoy aquí para trabajar en su taller—. Él no estaba cediendo. Jack nunca había solicitado un trabajo antes, pero tendría que hacerlo pronto y comenzar a acostumbrarse, incluso si solo estaba en el octavo año. Jack se había decidido por este plan de Perro Loco Walker la misma noche en que salió libre de clases para las vacaciones de verano, y le había estado dando vueltas mentales desde entonces.
—Pero solo eres un chavalito— señaló el comerciante.
—Puede ser— respondió Jack, —pero trabajaré muchas horas y haré todo lo que sea necesario, todo por el puro placer de aprender de los mejores—.
El viejo se colocó el parche sobre el cráter del ojo izquierdo. Redujo la mirada del orbe operativo al otro lado de su cara y miró al chico un poco. Miró en el aire hacia la derecha durante uno o dos segundos completos y volvió a mirar a Jack. —¿Y para qué, pequeño señor, te necesito a ti? —
—Bueno, me necesitas porque, por un lado, puedo identificar cualquier mineral que ponga frente a mí…—
Como un mono-gato, el viejo hábil impulsó un espécimen mineral ante Jack mientras permanecía de pie bajo el sol deslumbrante del patio. Era como el truco de un mago. La mano en reposo de Perro Loco se difuminó dentro de la oscuridad, más allá de la puerta, para alcanzar un mineral que emergió como un borrón en la parte delantera y central de la luz solar. Fue de repente allí cuando el borrón recuperó la forma de la mano del Sr. Walker que sobresalía hacia él, inmóvil, muerto, en el aire, esta vez sujetando cautelosamente un espécimen mineral al nivel de la barbilla de Jack, dejándole sin otra opción que mirar hacia abajo y mirar con bastante concentración.
Levantó la mano para tomar posesión de la pieza y la estudió. El viejo frunció el ceño.
—Eso es arsenopirita—, señalando la terminación prismática que sobresalía, —con rocíos de hemimorfita sobre matriz de calcopirita con un solo flotador de calcita, una terminación doble—. Miró más de cerca. —Calcita zonada, nada menos; bonito espécimen, señor Walker —se lo devolvió—.
—Conjetura afortunada.— La mirada del Sr. Walker carecía de toda la malevolencia necesaria para ahuyentar al chico. Extendió la mano para buscar otro especimen. —Me deberías treinta y cinco dólares si lo hubieras dejado caer, ¿sabes?—, Arqueó una ceja, esta vez sobre su ojo funcional. ¿Qué hay de este?
Jack lo estudió. —Este podría dejarlo caer, y estaría bien—. Intentó devolverlo.
—No tan rápido, Junior—.
Jack echó un vistazo más profundo. No era turquesa, pero era del mismo color. Él frunció el ceño. —¿Mi cuchilla lo rayará?— Preguntó sin levantar la vista.
—Ver por ti mismo. —
Jack sacó su navaja y dejó una pequeña línea plateada en la superficie de la roca; era más duro que el acero. —
—Bueno, no es rosacita—, dijo. —Tendría que hacer una o dos pruebas con llamas para estar seguro y ver qué efecto tienen mis ácidos, pero apuesto a que es un mineral de cobre, probablemente auricalcita, que ha sido silicificado por cuarzo cristalina o tal vez criptocristalina, semejante como a un ágata, algo así. Parece un excelente material lapidario—.
—Hm. — el viejo se lo arrebató. —No necesito a ningún niño científico para identificar rocas. Eso es mierda de escuela primaria.
—Bueno, eso es solo para empezar—, se opuso Jack. —Soy hábil para limpiar, recortar y empaquetar especímenes minerales y he estado recolectando durante dos años y soy bueno con montajes pulgar e inclusive micro montajes. Escribo con buena caligrafía, tengo ortografía estupenda, hablo español con fluidez. Soy suscriptor de las revistas Lapidary Journal y Rock and Mineral. Todavía no he tenido la oportunidad de hacer ningún trabajo con sierras de losa o de recorte, pero aprendo rápido y estoy seguro de que podré hacer los mejores cabujones que jamás haya visto. En resumen, Sr. Walker, estoy aquí para ayudar a convertir el Emporio de Minerales Finos Walker, al por menor y al por mayor, en la tienda de rocas más exitosa de todo Gómez Palacio—.
—Es la única tienda de rocas en Gómez Palacio, chaval. Es la única tienda de rocas en todo el estado de Coahuila—.
—Bueno—, Jack se encogió de hombros. —Eso lo hace más fácil lograr entonces, señor. ¿Bien? —
—¿Eres el hijo del maestro ese, no? Te vi en la tienda.
—Directo. Sí, señor.—
—Maestro, Director, es lo mismo—.
—Sí, señor—, estuvo de acuerdo Jack. —La misma cosa. Solo quiero una oportunidad. No tienes que pagarme nada si no logro reunir la talla. Solo pruébame. Voy a ser geólogo y quiero aprender lo más que pueda sobre minerales de un maestro del oficio. Enséñeme, señor.
—¡Emilio! — Walker gritó hacia la tienda.
Emilio era un hombre corpulento y musculoso con el pelo corto y erizado, tan negro que tendía al azul, y un bigote severo y recortado con un ceño fruncido incluso más malevolente que el del jefe. Su ropa estaba más sucia que cualquier familiaridad con su estado original, y cuando el encargado del taller se acercó para fruncir el ceño a su jefe y mirar a Jack, el olor a diésel lo acompañó y ahora envolvió a los tres. Gruñó. —¿Qué pasó, patrón? —
—Este monaguillo dice que quiere trabajar aquí—.
Emilio miró a Jack de arriba abajo durante un buen rato y empezó a perder los estribos. Una vez que le hicieron cosquillas, rodó como un trueno y se echó a reír. La hilaridad provocó una sonrisa conspiradora en Walker, y el chico miró desafiante este nuevo reto.
¿Qué cree que hacemos aquí, jefe? ¿Saltar la cuerda y jugar choco choco la la?
—Quiero que lo pongas a prueba, muéstrale que se equivocó de camino—, dijo el viejo con gravedad, mirando al chico.
—Dame cuatro horas con él, jefe, y volverá a las faldas de su mamá—.
—Usted se encargará entonces—, asintió Walker. Estrechó la mano del chico.
—¿Eso significa que me gané el trabajo? —
—Chico, mira, si yo necesitara ayuda, tendría ayuda. Pero esto es lo que voy a hacer por ti. Pasas el resto de la tarde y te dejaré volver mañana. —
—¡Sí, señor! —
—Si aguantas bien una semana completa, hasta podría pagarte algo—.
—¡Esta bien señor! Haré lo mejor que pueda, señor. Jack Stone se puso de pie y saludó como lo había visto en las películas, y el viejo navegante giró sobre sus talones tras rodar sus ojos y apartarse con determinación, terminando en tirar la puerta para disimular su decepción y molestia.
Adentro, en la oscuridad del taller, una hilera de sierras roncaba a la par de la pared y en dos rincones mesas de pulir se arrastraban bajo su carga de losas. En la esquina más alejada, dos tambores de diferentes tamaños hacían rodar una cascada perpetua de ágata en tintineos amortiguados, mientras los motores zumbaban y un clic regular delataba un engranaje mellado o un eslabón de cadena roto en el mecanismo y dentro del alboroto enturbiado, Emilio reemplazó su ceño amenazador con perpleja circunspección.
—Lo primero, necesito que abras la tapa de esa sierra—, señaló Emilio.
Jack dejó caer la tapa de inmediato, pero no antes de que la hoja lo mojara de la frente a la cintura con el lubricante. Era el primer paso, razonó Jack, para que se adaptara al código de vestimenta. Se limpió el diésel sucio de las cuencas de los ojos y tiró pedazos de mugre al suelo y se volvió para mirar a su nuevo capataz.
—Apuesto a que no volverás a hacer eso—, sonrió Emilio.
—Tú me dijiste que lo hiciera. —
—Primera regla, no confíes en nadie—, sonrió Emilio. La losa cayó con un estrépito sordo sobre la bandeja de corte dentro de la sierra, y el gemido de la hoja perdió su fuerza, el motor ahora corría más rápido. —Mira—, se acercó Emilio, —siempre tienes que apagarlo aquí primero y espera a que la hoja se detenga o al menos se quede demasiado lenta para tirar lubricante. Cierra la parte superior hacia atrás así. Ahora, ¿ves cómo está puesta la cadena a lo largo de la roca? Jack vio que la roca era hickoreíta. —Ese es un corte automático en caso de que estemos almorzando o atrapados en otras cosas. Entonces, suelta la bandeja con el embrague aquí y tira de todo hacia atrás así queda alineado para la próxima losa y gira esa perilla allí mismo, diez rotaciones en el sentido de las agujas del reloj para alinear otro corte. Eso da una losa de 125 milímetros de espesor, que es lo que queremos antes del esmerilado y pulido; ahora mírame. — Jack miró hacia arriba para encontrar a Emilio demasiado serio. —Cuando estés girando esta perilla, asegúrate siempre de que la roca esté libre de la hoja; esta es una de diamante de 36 pulgadas—. No querrás saber lo que cuesta uno de estos güeyes. Doblas a uno de estos cachorros y te llevará un año o más resolverlo. ¿Me escuchas? — Jack tomó nota. —Una vez que haya terminado, vuelve a alinearlo y suelta el embrague; ahora estás alineado, ¿ves el pequeño espacio entre la roca y la hoja? Ahora simplemente reinicia la cadena, baja la tapa y presiona reiniciar, así—, dijo. —¿Lo tienes ya? —
—Creo que sí. — Jack miró hacia arriba y señaló cuando la sierra al final hizo el mismo ruido. —¿Puedo atender a ese? —
—Estoy cortando geodas allí, adelante—.
Jack apagó la sierra y abrió la tapa cuando la cuchilla disminuyó la velocidad. Cogió la mitad de la bandeja. —Lleno—, dijo.
—Sí, no son muchos los que salen con huecos en este lote. Suéltalo ahí —señaló Emilio, y vuelve a cargar; ahí está tu contenedor de alimentación, y las mitades cortadas deben permanecer juntas e ir aquí para lavarlas una vez que se llene la bandeja. Tienes que mantener las mitades juntas. ¿Lo tienes? —
—Limpiar cuando se llene la bandeja. Mantenga las mitades juntas. ¡Entiendo! —
***
—Entonces, ¿cuánto te pagan? — preguntó Davy alrededor de un bocado de torta de carne molida.
En Durango habían tenido dos criadas, una solo para la cocina y otra para lo demás y las dos vivían con ellos. Aquí en Torreón solo tenían una de medio tiempo que vivía en otro lado y mamá cocinaba. Esta noche había torta de carne y papas gratinadas, y ella había retenido la cena durante una hora completa debido a su largo viaje desde Gómez Palacio.
—Me está empezando en un dólar la hora—, transmitió Jack con frialdad.
—¿Un dólar por hora? — Los ojos de Davy se vidriaron mientras hacía los números. —Podrías comprar una bicicleta—, pensó. —Después de solo una semana de trabajo, incluso. Si te la ganaste de fijo—.
—Puede que tenga que pensar, talvez, en un scooter—.
—No tan rápido, Jack—, intervino papá.
Davy se rio entre dientes alrededor de un bocado de papa.
—Pero es tan largo, mi amor.—
—Son solo dos cambios de bus, Mami. Puedo hacerlo en una hora y media.
—Es un camino terriblemente largo, Jackie. Te fue muy bien lustrando zapatos y vendiendo conos de nieve en Durango, ¿recuerdas? Sin tener que alejarse del barrio. —
—Por favor, — aclaró Davy, —se alejó del barrio, bastante, Mami—.
—Mamá. Esta es mi carrera de la que estamos hablando. No puedo lustrar zapatos y lavar autos para siempre, ¿sabes? —
Comieron en silencio durante unos minutos más. —No veo que unos pocos días puedan hacer daño—, cubrió papá al fin. —A ver si funciona y si a Jackie le gusta—, miró a mamá.
—Seguro que es un largo camino—, suspiró mamá. —Pero si estás seguro de que esto es lo que quieres, Jackie, no voy a interponerme en el camino—.
—Está bien—, asintió Jack. —¡Gracias mamá! —
—Aun así—, papá miró bruscamente. —Esto de la carrera es un poco prematuro, Jack—.
Comieron en silencio un par de minutos más.
—Entonces . . .— Jack habló, volviéndose hacia mamá. —No me pagarán hasta el sábado, supongo. Y me va a costar dieciocho centavos por viaje en autobús por día, que es $1.61 en total por cinco días hasta que me paguen más $1.25 por cada almuerzo, $8.05 en total—.
—Eso es bastante caro—, mamá estudió las vieiras en sus papas.
—Mamá, necesito $10 de mi cuenta para cubrirme hasta el sábado, el día de pago. ¿Qué piensas? —
—Tu cuenta está vacía—, desafió Davy.
—Bueno, creo que tengo $125 transferidos de TU cuenta para la colección de estampillas que te vendí—.
—Has gastado eso. Se que ya te lo has volado. Gastaste casi eso solo en ese kit de cultivo de cristales. Sé que lo hiciste. Tienes que afrontarlo, Jack; eres un derrochador.
—Mejor que un gusano comadreja—.
Pero Davy no estaría a la altura del ladino. Se metió torta en la cara. —Simplemente no has aprendido a ahorrar—, replicó.
***
A la mañana siguiente, el gran trabajo consistía en limpiar dos de las sierras, y Emilio estaba muy complacido de señalar lo que había que hacer. Jack siguió las instrucciones, pero se detuvo para atender las sierras en marcha, según fuera necesario. Emilio cortó las blancos de cabujones en la sierra de recorte.
—Te mostraré esta tarde—, prometió, —pero primero tienes que volver a poner en funcionamiento estas dos sierras—.
Jack drenó el diésel en cubetas de cinco galones, y Emilio llevó dos y Jack llevó dos por el patio hasta el tanque de desechos en la parte de atrás. Emilio le mostró la forma más fácil de hacer la transferencia y se sacudió las manos y le entregó el resto de la tarea a Jack. A las diez había raspado la mugre del fondo de ambos pozos y Emilio declaró limpias las sierras y hasta donde había que llenarlas con el diésel nuevo que yacía en filas de cubetas por la pared.
—Opa—, dijo Emilio cuando se acercaba el mediodía. —Ese es un gran puesto de almuerzo al otro lado de la carretera. Te mostraría yo mismo, pero a la vieja le gusta que vaya a casa a almorzar. —
Mientras Jack comía un lonche entre una multitud ruda, un viejo estadounidense caminando por en frente se detuvo para meterse debajo del toldo para sentarse en el banco frente a Jack. Un grupo de trabajadores de construcción comía en la mesa y se reían y bromeaban juntos haciendo mucho ruido.
—¿Te importa si me uno a ti? — el viejo sonrió. —Te vi trabajando donde Perro Loco; ¡Dice que eres un verdadero loquito por las sierras de diamante! —
—Estoy en la hora del almuerzo—, dijo Jack gravemente. Pensó que probablemente todavía era de buena educación seguir comiendo. —No tienen servicio de mesa—, ofreció. —Tienes que ordenar y pagar en el mostrador, y luego te lo traen. Así es como funciona aquí—.
El viejo sonrió. —Voy a ir a mandarme unos huevos rancheros en el centro—. Sus compañeros de mesa se echaron a reír con un chiste que el gordo pronunció con discreta gravedad cuando el nuevo amigo de Jack dijo algo sobre —el centro—.
—Lo siento—, Jack miró hacia la mesa y luego al hombre frente a él. —No entendí eso, ¿qué dijiste? —
—¿Necesitas que te preste una oreja? — respondió el viejo.
—¿Eh? —
Jack se sobresaltó cuando el viejo se quitó la oreja derecha y se la ofreció a través del espacio entre ellos. La mesa quedó en silencio y la multitud los miró fijamente. De repente, todo el lugar quedó en silencio, todas las caras se volvieron. Pero no había sangre y Jack vio que era falso y le dio otro mordisco a su sándwich, el viejo se rio y la multitud rio un poco y todos volvieron a su comida, sus compañeros o sus labores. Jack no estaba tan seguro de que fuera un truco tan bueno y observó cómo el anciano se colocaba la prótesis nuevamente en su lugar.
—Bastante divertido—, admitió Jack. —¿Cómo perdiste la oreja? —
—Secuestrado cuando era niño. El viejo se negó a pagar el rescate. Así que le enviaron mi oreja para llamarle la atención—.
—Debe haber funcionado—, observó Jack.
—Esa es otra historia—, sonrió el viejo. —será en otro momento—.
—Bueno, estoy encantado de conocerte—, dijo Jack, poniéndose de pie para extender su mano sobre la mesa.
—Gracias por mostrarme como esto funciona, mijito—. La mano del hombre era grande, su palma fría, su agarre firme pero controlado. —Mi nombre es Maikol. Pero puedes llamarme Tío Maiki. Te dejaré volver a tu almuerzo. Le guiñó un ojo a Jack. —Nos vemos entre las caricaturas, Kalimancito—.
—Cuídate con él—, le dijo Emilio después. —No escuches lo que dice; es un viejo tonto cojonudo. Él y su jefe se conocen durante añales. Fueron marineros juntos en la guerra de su país contra Japón y tienen esa historia, y por eso hay que tener un poco de tolerancia, pero nada de confianza, ¿me entiendes, Chaco.? Ponte estas gafas; Te voy a entrenar en la sierra de recorte. —
***
Llegaron a la playa empapados y les dijeron que iba ser una simple limpieza y fueron abatidos en un fuego cruzado antes de pasar la línea de marea alta. El privado de primera clase Walker fue el único de su escuadrón que sobrevivió el fusilamiento y logró salir de la arena. Cavó como un loco en un matorral dentado en el pequeño bosquecillo, tres cocoteros lo contenían equiláteramente en el borde del bosque. Se puso en cuclillas en el medio, agitó su M-1 alrededor de la periferia y tembló, aún sin darse cuenta de lo solo que estaba. El fuego de la ametralladora estaba en otro lugar, entre la distancia intermedia y lejana. Lo tomó, hiperventiló y lanzó el cañón de un lado a otro cuando algo lo golpeó con fuerza en el hombro, tirándolo de nuevo a la arena, esta vez de espaldas. Se miró las manos y, efectivamente, ya no había un rifle en ellas.
—Mortero, chico—, escuchó mientras lo arrastraban por la arena. Walker gateó bajo el acarreo y logró darse la vuelta y gateando con vientre rodillas y pies hasta que salió corriendo con el hombre delante tirando de él. Las balas levantaron nubes de arena a su alrededor cuando alcanzaban las rocas. Se produjo una explosión y Walker se despertó con un zumbido de estrellas frente a su rostro, se levantó para sumergirse detrás de las rocas en un parche de arena de coral rodeado por basalto filoso. Miró hacia atrás por encima de un borde de escoria para encontrar al matorral entre las palmeras donde había estado lleno de humo, y la caída de la graniza de arena lo trajo de vuelta a la Tierra. El hombre que lo había salvado estaba tirado en la arena a unos metros de distancia, con un gran agujero en un lado de la cabeza.
Walker se agachó, preguntándose acerca de su rifle, miró hacia atrás por encima de la roca, después de un momento de silencio. El hombre tendido volvió en sí y sacudió la cabeza. Se puso de rodillas y se escabulló sobre las rocas, una vez cubierto, se deshizo de la pesada mochila apoyándose contra ella, miró con disgusto a su ensangrentada cara para sacar con enojo un paquete de Lucky Strike y cerillos encerados. Walker se quedó boquiabierto cuando su corpulento compañero se sentó con las piernas cruzadas en la arena y aturdido palpó el agujero en su cabeza mientras el cigarro de fabrica se guindaba temblando de su labio inferior.
—Maldición me volaron la hijueputa oreja—, se gimoteó el hombre. —Si eso no acaba con todo… ¡Maldita sea! Miró a Walker por primera vez y abrió mucho los ojos. —mira que eres un desastre—, entrecerró los ojos. —Vamos a tener que limpiarte, hijo—.
Walker sintió que algo húmedo se le pegaba al borde de la mandíbula, se limpió la baba transparente, la arrojó del dedo con acumulada náusea mientras brillaba húmeda en la arena caliente. Se frotó los dedos y sintiendo el cálido sonido de la mucosidad. Se tapó el ojo derecho para encontrar el mundo negro y se desmayó.
***
El Perro Loco de Walker golpeó la superficie de la mesa con su uña envolvente tres veces y miró a Mike.
El mezcal pasó de su boca a su estómago sin perder la forma del vaso, y Perro Loco dejó el vaso en la mesa de la cocina cuidosamente con un golpe seco mientras Mike lo seguía. Su invitado frunció el ceño y se estremeció.
—No puedo soportar esta mierda—, dijo Mike. —No puedo ver por qué todavía lo estamos bebiendo—.
—Nunca pude soportarlo—, estuvo de acuerdo Perro Loco. —Pero tiendo a no escuchar muy bien mi voz interior—.
Jamás hablaban de su isla abiertamente. Mike venía todos los años y pasaba un par de semanas dando vueltas por el norte de México, a veces en carro, a veces por avión, escondiéndose en una de las habitaciones desocupadas de Walker desde donde hacía viajes cortos a Ciudad Victoria, Monterrey, Durango, Mazatlán, Chihuahua, donde sea. Llevaba años haciéndolo, desde que rastreó por primera vez a Walker hacía unos quince años, y en aquella primera visita habían hablado de ello, como hoy, con el mezcal que tanto despreciaban. Desde ese momento, se referirían a él indirectamente, encontrando la oportunidad de hacer pequeños comentarios tristes para conmemorar ese momento terrible.
—Necesito una buena mujer como la que tú te encontraste Butch—, podría decir Mike. —Así que mantén tus ojos bien pelados por mí, ¿vale? —
—Al menos no tengo que decirte las cosas dos veces—, Walker podría encontrar la oportunidad de anunciar. —Cualquier cosa que entre en esa oreja no tiene forma de evitar que se atasque—.
Mike era llamativo y vanidoso. Llevaba cadenas de oro y escondía su cabeza llena de cicatrices con esa costosa prótesis. Llevaba un tupé y usaba la colonia Old Spice en exceso. Pero Walker no lo hizo números, no tuvo que hacerlo, no le importó. El hombre había pagado muchas cuotas, más que Walker, y se había ganado sus pequeñas excentricidades. Demonios, incluso había ingresado a las Fuerzas Especiales después de Peleliu y había vuelto a guerrear en Corea, incluso, un auténtico buchón y de eso estaba seguro. Mike se había referido vagamente un par de veces a los bienes raíces, pero ambos sabían que era por el estilo, y Butch pensó que su viejo amigo le hacía algo al lado izquierdo de la ley en Chicago. Por cómo seguía los deportes en la emisora WOAI desde San Antonio, Texas, cuando llegaba la noche, pensó que Maiki podría ser un corredor de apuestas, o tal vez administraba. Fuera lo que fuera o hiciera, Walker no se inclinaba a juzgarlo. En su mayoría, no hablaban de cosas y Mike era bienvenido a volver tanto como quisiera. La vieja trató de ser cortés al respecto, pero no le caia muy bien el senor Mike, dijo que le daba escalofríos.
Walker vio en la vacilación y la mirada baja de Mike que estaba a punto de romper el vínculo tácito que tenían, a punto de sacar a la luz su pequeña isla infernal muerta y enterrada para revivirla.
Mike suspiró ruidosamente y miró de reojo. —Regresaré en noviembre—, levantó su mirada a través de los ojos azules llorosos cruzados entre los párpados rojos gruesos, para comunicar.
—Al infierno dices —
—Treintavo aniversarios. tengo algo de sofoque mental que lidiar. —
Walker les sirvió otro y cortó un par de rodajas de limón, se quedaron sentados cara a cara mirándose uno al otro. Levantó la ceja por encima de su parche después de pensarlo. —¿Cómo diablos llegas a Pel desde aquí? —
—Es apenas un salto de charco desde Samoa. Y hay un vuelo por semana de Honolulu. —
—Prefiero vivirlo en mis pesadillas que volver a poner un pie en ese lugar—.
—Sí, bueno, no todos estamos conectados de la misma manera, ¿verdad, Walker?—
***
Para el jueves, Jack Stone había pasado por todas las operaciones del negocio y se consideraba casi completamente competente. Estaba ansioso por el cambio de medio de fino a extra fino en los dos tambores programado para mañana, pero más allá de eso, había pasado por todas las otras operaciones regulares del lugar, y sabía a dónde iba todo y qué hacer. Se sentía tan a gusto en este taller sucio como cuando estaba frente a la aseada mesa de laboratorio en su dormitorio. Era temprano en la tarde, y la lengua de Jack se le atravesó por la comisura de la boca mientras concentraba en cortar el cabujón en bruto con la sierra, todo vestido con un delantal de goma, guantes y gafas protectoras. Había adoptado un buen ritmo de conversación con el zumbido del disco de diamante refrigerado por agua, mientras Emilio seguía en el taller metalúrgico vigilando el eje número seis y estaba en su zona cuando el Tío Maiki se le acercó sigilosamente por detrás pasando los dedos de abajo hacia arriba de sus costillas. Jack chilló y la cabina voló aterrizando en el suelo de cemento, Jack salió disparado mientras el viejo se reía a carcajadas. Jack se revolvió en el suelo y recuperó la pieza en blanco de debajo de la mesa por la cual se deslizó, atreviéndose a respirar solo cuando descubrió que estaba intacta.
—Esto podría haberse roto—, lo levantó para mostrárselo al hombre. —¡Me podrían haber despedido por esto! ¡No deberías hacer ese tipo de cosas! —
El viejo redujo su risa sonrisa. —Te lo compensaré—, dijo, hurgando en sus bolsillos. —Mira lo que tengo . . . Lo compartiré contigo—.
Era un pingüino, y el viejo rasgó el celofán y le ofreció la punta.
—No me gusta, gracias. Voy contrarreloj, así que, si no te importa—, señaló su campo, donde el viejo se había instalado, con un codo en la mesa de la sierra de corte y la hoja zumbando.
—Oh, mijito, ¿de qué estás hablando? — El viejo le dio un mordisco y le mostró el bocado.
—Bizcocho de chocolate, relleno de fresa y glaseado de chocolate. . . mmm, rico, rico, papi. No me vas a decir que no quieres. Toma un poco. El viejo extendió la vil cosa de nuevo hacia Jack.
—Gracias, pero yo no como ese tipo de cosas—, Jack se mantuvo firme. —No me gustan mucho los dulces—.
El tío Maiki se metió el resto que era descomunal y dijo: —Ven aquí y enséñame a cortar uno de estos elegantes cabujones; enséñame algo que aún no sepa. —
Pero Jack siguió firme. Una losa cayó en una sierra, y sonrió ante la excusa para alejarse y se volvió para atender la sierra. Encontró a Emilio de pie junto a la puerta del taller, con el eje reparado en la mano izquierda, mirando con furia al tío Maiki. Jack, horrorizado de ser atrapado en fraganti por no hacer su trabajo, se concentró en el cambio de la sierra. Cuando terminó y miró hacia arriba encontró que el viejo se había ido, se echó hacia atrás en la sierra de corte y preparó su mesa.
—¿Estás bien?— Emilio se acercó sigilosamente y dijo de perfil, colocando la línea de alimentación de losa a la izquierda de Jack para formar.
—Mira, lo siento—, Jack lo miró con vergüenza empujando el agua hacia sus ojos. —No fue mi intención. Él me obligó.—
—¿Te lastimó? — Emilio agarró al chico por los hombros para examinarlo fijamente.
—Bueno, no, él no me lastimó, a menos que me despidas por eso; eso dolería. —
—¿Que te hizo?—
—No me dejaba trabajar. Le dije que tenía que trabajar, pero se paró aquí—, Jack señaló sus pies, —y no se movía y no me dejaba trabajar. . . él . . . ¡Quería que comiera un pingüino con él! —
—¿Un pingüino? —
—¡Sí!—
—¡Que asco!—
—Sí, eso es lo que pensé. Mira, lo siento, pero no es mi culpa. Realmente no lo es, y realmente no puedes echarme por esto. No estaría bien. A ese hombre no se le debe permitir entrar aquí para interrumpir el trabajo, incluso si es el gran compañero de guerra del Perro Loco—.
—Está bien, Chaquito—, sonrió Emilio. —Oye, ¿por qué no terminas con eso, vienes y armamos juntos el Número Seis? —.
—¡Sí, señor! — Jack se volvió para hacer los recortes finales y mantuvo al tío Maiki lejos de su mente, enfocándose en sus cosas y en trabajar bien. Pasaba de una a otra de sus deberes y viceversa hasta lograrlas. Miró el reloj para preguntarse cómo es que ya se había pasado el día mientras admiraba la fila de diez espacios en blanco de cabos que había recortado, atónito y triste porque solo tenía dos horas más antes de salir. Sin embargo, cuando Emilio finalmente cerró el taller y lo acompañó hasta a la parada del autobús, Jack sintió que una nube opresiva se levantaba de él, y pasó el tiempo contando los carritos Volkswagen en su camino a casa. Llegó a dieciocho escarabajos y siete camionetas antes de que su última parada de autobús llegara y el cielo del oeste abriera su camino que iba del carmesí a púrpura, la noche mordía con fuerza.
***
—Cariño, creo que tienes que ir a ver lo que le pasa Jackie.
—¿Eh?— Harry Stone levantó la vista del periódico.
Marge había dejado de calificar trabajos y lo miró. —Apenas tocó su cena, y sabes que la carne seca en salsa blanca es una de sus favoritas—
—Cariño, acaba de ser sacudido, estoy seguro. El chico se levanta a las cuatro y media y pasa tres horas al día en autobuses y arrastrando piedras el resto del día. No debería de poder hacerlo, solo tiene doce años—.
—No me gusta, cariño; no puede ser bueno para él.
—Baby, tenemos que dejar que él resuelva esto—, Harry dejó el periódico a un lado y puso su mano sobre las rodillas de su esposa. —Ya sabes cómo es él con sus cosas—.
—Solo estoy preocupada por él—.
—Esto funciona para él—, la miró.
—Harry, hay algo aquí que esta mal que me preocupa—.
—Encontraré el momento y el lugar para hablarlo con él cuando sea correcto—, le aseguró.
—Tal vez este domingo cuando esté libre y bien descansado. Sea lo que sea en este momento, solo necesita resolverlo—.
***
—¡Estás loco, Marco! — Emilio golpeó la mesa de la cocina con la mano y Lupe saltó.
—Ya está decidido, Emi, — respondió su hermano. —Esto baja de Torreón—.
—¡Marco, maldita sea! ¡No soy parte de tu mafia! ¿Por qué me estás diciendo esto? —
—Trabajas allí. Don Sancho necesita que tú lo arregles.
—Marco, don Sancho y yo no tenemos negocios juntos ni nada en común. ¡No tendré nada que ver con esto! —
—Emi,— jadeó Lupe.
—Emilio, no seas así. Mira, esto va a pasar, te lo tengo que reportar por tu propia seguridad; No tengo otra alternativa moral que decírtelo. Esta no es mi elección y no está abierta a sugerencias. Esto es algo que va a pasar. ¿Qué es mejor, Emilio? ¿Una balacera en la calle con quien sabe cuántos inocentes afectados o un trabajo limpio, profesional, con todos los cabos atados? Dígame tú. —
Emilio se río. Miró a su esposa, su irritación se transformó en una media sonrisa.
—Emi, — ella lo miró; —Sabes que este hombre es un monstruo—.
—Eso no lo sé—, objetó. —No sé eso en absoluto—.
—Bueno, tú crees que lo es, — le recordó ella. —Tú lo has dicho. Emilio, es lo mismo.
—No, Lupe, no, no es lo mismo. No soy juez, jurado, y mucho menos el verdugo de los bastardos. ¿Quién soy yo para juzgar a cualquier hombre o cualquier cosa? ¡Solo soy un tieso que trabaja tratando de hacer el bien! —.
—Esa es la parte bella—, interrumpió Marco. —No tienes que juzgarlo. Ya ha sido juzgado. No tienes que sentenciarlo ya que eso también se ha decidido. Todo está listo. Ahora es solo una pequeña pregunta: de cómo se va a hacer, eso es todo.
***
Con la puerta cerrada de su habitación, Jack miró sombríamente las soluciones en el estante de libros en el que tenía cristales creciendo. La solución de ferricianuro de potasio le devolvió la mirada, instándolo a examinarla, pero no estuvo a la altura de las circunstancias. Se obligó a ir y arreglar su mesa de laboratorio, pero las cosas ya estaban en sus lugares. Destapó la botella de ácido sulfúrico y se la pasó por debajo de la nariz para hacer algo que sabía que no debía hacer. En los viejos tiempos lo llamaban vitriolo. Los ácidos nítrico y clorhídrico en el estante, eran muy potentes y dejarían una quemadura bastante grave, estaba seguro, sin siquiera intentarlo. Mezclado en igual medida esos dos ácidos, se llamaba agua regia, que en lo que respecta a los nombres antiguos sonaba mejor para Jack que vitriolo, pero que al calentarse era capaz de disolver incluso el oro. Una gran mancha áspera en el piso de baldosas era muestra de lo que sucede cuando se cae una botella de clorhídrico concentrado al piso. Al igual que el viejo Jesse James, Jackie había estado ajustando un cuadro en la pared, pero en lugar de recibir un tiro en la garganta, simplemente se resbaló de la silla en la que estaba parado y tiró la botella al suelo y luego cayó de espaldas sobre el vidrio roto y el chisporroteante charco de ácido mientras se comía el azulejo. Eso fue hace un par de meses, y Jack de un salto y rápidamente se quitó la ropa y se metió en la ducha, luego apuró el bicarbonato de sodio que guardaba junto al extintor de incendios y se lo espolvoreó todo. Su camisa se había comido en pedazos, pero Jack no se cortó con los vidrios rotos ni se quemó con el ácido. Pero el ácido sulfúrico tenía un carácter diferente. Supuestamente derretiría la piel y te dejaría desfigurado. Cuando los hombres malvados salpicaban la cara de una mujer con ácido en alguna parte de las noticias, fue con este ácido que lo hacían.
Eran las ocho y media, no lo suficiente tarde para intentar dormir. Encendió el ventilador, se quitó la ropa y se metió en la cama con una copia de Lapidary Journal, comenzó a leer un artículo sobre el facetado de la turmalina, pero simplemente movía los ojos a través de las palabras, su mente encadenada dentro de un viejo sótano como el villano sin rostro lo tapió con ladrillos y lo encerró lejos de la luz en esa historia de Edgar Allan Poe para que se pudriera en su prisión casera.
Se quedó un buen rato en la cama, tratando de recordar las historias sobre la película El Exorcista, que tanto lo había asustado el año pasado que tuvo que dormir en la habitación de mamá y papá. Por supuesto, él solo tenía once años entonces, todavía era un niño. El temor vacío dentro de él era peor ahora que estar asustado hasta la médula, esto no era algo que ayudaría a dormir en la habitación de mamá y papá. Tener miedo era al menos estar vivo. Huir y esconderse de los monstruos en un sueño al menos estaba haciendo algo para mantenerse con vida. Se sintió hipnotizado y siendo llevado a través de movimientos hacia un horrible cuadro final donde sucedería lo malo esperado por mucho tiempo.
Después de un tiempo de quietud, se sumergió en un paisaje onírico revuelto que bailaba suavemente entre los Estados Unidos, Durango y Torreón, nuevos amigos que iban y venían en estos últimos cuatro años, moviéndose. En uno de ellos, su viejo amigo de cuarto grado apareció para jugar fútbol con Jack y sus compañeros de clase en la Escuela Americana, pero vestido con protectores y casco de fútbol americano. Los niños mexicanos chillaron de alegría cuando Bowerman corría tras la pelota y la levantaba para llevarla. Jack corrió tras él, horrorizado, tratando de explicarle que era un juego diferente, que se suponía que no debías tocar la pelota con las manos, pero que Bowerman no lo permitiría y superó a Jack, evadiendo a los tacleadores que se apartaron, los señaló y se reía, dirigiéndose a la meta. ‘¿Puedo prestarte una oreja?’, Tío Maiki se inclinó para preguntar. ‘Está lleno de fresa pegajosa, realmente delicioso, toma un bocado…’
***
Al amanecer Butch Walker envió a la esposa a la casa de su madre. Comprobó la carga de su Browning, metió una bala en la recámara y la dejó sobre la mesa de la cocina, leyó el periódico mientras esperaba que Mister Mike hiciera su aparición habitual a las once y media. El muchacho Chaco no se había presentado a trabajar. Anoche Emilio le había dicho que no viniera a trabajar, considerando todo, para tener privacidad si la necesitara. Incluso había dormido un poquito. Se sentó allí durante un par de horas antes de sentir movimiento en la casa. Tomó un sorbo de café, dobló el periódico y lo colocó encima del arma de fuego.
Maikol entró en la habitación y se detuvo para mirar a Walker. —No me digas—, dijo. —Estoy en un lío de mierda—.
—Toma una taza y siéntate frente a mí aquí para que pueda decirte lo que tengo que decir—.
—No te pongas nervioso conmigo, Butch—, Michael miró el periódico. Dio la vuelta a una silla, apoyó el pecho en el respaldo, inclinó la silla hacia adelante sobre la mesa, la rodeó con los brazos y se llevó el café a los labios suavemente con ambas manos. Él sonrió. —Estaba pensando que podría ser hora de que me escabullera—, le sonrió a su viejo amigo.
Creo que aún no es demasiado tarde para eso.
—De hecho—, Mike puso el café sobre la mesa y levantó las palmas de las manos. —Tengo mis cosas ya empacadas. Beberé esto y seguiré mi camino. Escuché que Bangkok es encantador en esta época del año—.
—Puede que no sea tan fácil, carnal—.
—¿Yo despeiné tus plumas? Tus plumas no me parecen tan erizadas.
—No son mis plumas las que están erizadas—.
—¿De quién entonces?
—Ellos—.
—¿Ellos? —
—Sí. ellos. —
—¿De quién?—
—Pues de todos.—
—¿Todos?—
—Todos menos yo. Y yo sigo haciendo números. —
—¿Y lo sabes a ciencia cierta? —
—Es lo que me dicen—.
—¿Te importa si tomo otra taza? —
—Sírvete—.
—¿Quieren que me mates, no?
—Lo ponen diferente—.
—¿Cómo lo pusieron? —
—Dijeron que me iban a permitir el honor—.
—¿Pero simplemente no puedes hacerlo?—
—No estaría bien—.
—¿Cómo lo sabes?—
—Bueno, carnal, digamos que esta es una de esas cosas que puedo ver claramente—.
—Puede que le estarías haciendo un favor al mundo entero, ¿sabes? —, sonrió Maikol. —Ni siquiera me conoces realmente—.
—No me convenzas pegarte un tiro, te lo suplico—.
Maikol sonrió de nuevo.
—Pero una vez que se den cuenta de que no te he matado, verás, lo harán ellos mismos. Ahí es donde viene tu problema—.
—Muchas personas han querido matarme—, sonrió Mike. —Hasta el momento nadie lo ha logrado. Aún tengo mis chances. —
—Bueno, entonces, buena suerte para ti —. Walker se levantó y se volvió hacia la puerta.
—Voy a salir—, abrió el periódico y sacudió la cabeza. —Puede llevarse esto para argumentar tu caso si todavía está en contienda. Todo el mundo debería al menos tener los medios de defenderse. —
—Eso es muy limpio de tu parte, Butch, muchas gracias, pero estaré bien por mi cuenta—.
—No estés aquí cuando regrese—.
***
—Oye, ¿qué pasa, hijo?—
Davy estaba en el campamento de la banda y Marge tenía clases de principios de verano para enseñar, pero con la escuela regular terminada, Harry no necesitaba llegar al trabajo antes de las nueve. Jack había sido el que se iba más temprano por las mañanas, por lo que la presencia de su hijo detrás de la puerta del dormitorio debe haber pasado desapercibida en la diáspora matutina. Pero al pasar por la puerta cerrada al salir, Harry se detuvo allí sintiendo algo y tocó antes de abrir. Jack estaba sentado en el borde de su cama y conteniendo las lágrimas. Los ahogó aún más en su repentino descubrimiento.
—Oh, no sé, papá—, dijo Jack. —Nada, supongo. —
—Por favor, hijo, ¿crees que estoy ciego? ¿qué pasa? —
—No puedo volver al trabajo, y no estoy seguro de por qué. Estoy, bueno, tengo miedo, pero no sé exactamente qué es lo que me asusta—. Tenía uno de los grandes vasos amarillos medio lleno de té frío en la mano entre las rodillas. Harry Stone miró cuánto se habían derretido los cubitos de hielo y calculó el tiempo su hijo había estado sentado aquí así.
—¿Qué pasa, Jackie? Dime lo que pasó. —
El vaso se deslizó entre las manos de Jack y cayó al suelo. Era un gran vaso delgado, amarillo, que contenía mucho té. Chocó en el azulejo de cerámica entre sus pies, en posición vertical. Las olas rompieron dentro del vaso en la superficie del té, y cuando Jack miró, un zumbido murió lentamente en ecos dentro de su dormitorio, el vaso permanecía intacto en el suelo.
—Te apuesto un dólar a que no puedes volver a hacer eso—, dijo papá después de que el timbre se apagó dentro de la habitación de Jack.
—Me imagino que el enfoque comercial no es mi fuerte—, Jack miró a su padre y luego a la esquina, su mesa de laboratorio. Allí estaba su mechero Bunsen y una serie de ácidos y reactivos y las herramientas a la derecha, alambre de nicrom y suministros a la izquierda, alineados, en el medio mortero de cerámica y la romana con que media la gravedad especifica de minerales puros. —He decidido abandonar el Emporio y dedicarme a la ciencia—.
Harry Stone reflexionó sobre esto durante un buen rato, a punto de encender un cigarrillo.
—No entiendo por qué un equilibrio entre la empresa y la ciencia puede tenerte tan molesto, Jackie—.
—Bueno. Hay un amigo del viejo Walker que se está quedando allí. Él es realmente raro. Me asusta, papá. No quiero estar en ningún lugar donde él pueda estar—.
Harry analizó por un momento. —Si quieres, hijo, puedo llevarte mientras te arreglas con Walker—.
—No, papá, tengo que hacerlo yo mismo. Me estoy armando de valor. Mañana es el día de pago de todos modos. El capataz me dijo que no fuera hoy que algo pasaba, no sé qué. —
—¿Seguro? ¿Estarás bien con esto? Podríamos llamar a Walker por teléfono y ahorrarte un viaje hasta allí.
—No, no estaría bien, papá. Además, tengo que ir a cobrar para poder devolver los $10 que me prestaron contra mi cuenta—.
—Bueno, está bien, pero siempre puedes cambiar de opinión si quieres. Después de estudiarlo un poco más. Papá salió de la habitación, pero miró hacia adentro. —Ya que no tienes nada mejor que hacer, tal vez puedas lavar el coche esta tarde—. Papá guiñó un ojo. —Haz que tu mamá se empape de orgullo en ti, tal vez buscamos pizza afuera esta noche.—
***
Una vez en una versión mexicana de una casa de seguridad, desarmó a sus tres captores y los golpeó hasta dejarlos inconscientes. Los arrastró uno por uno hasta las sillas y los ató allí con sus propios cinturones y cordones de zapatos, sacó su navaja de seguridad de su mochila y les cortó la ropa en tiras. Luego los amordazó. Al segundo —el grandote, al que llamaban Marco— le tuvo que dar un fuerte puñetazo en la barbilla para volver a dormirlo, pero los demás quedaron noqueados. Un ñato de mierda, una Ruger de 9 mm y una buena y vieja Colt 45 automática… Abrió el cilindro de la Saturday, tiró la carga al suelo y arrojó la pistola al basurero. Revisó las cargas en las automáticas y recorrió las habitaciones para inspeccionar, miró a través de las persianas bajadas en las mugrientas ventanas. Era una casa esquinera, un vecindario rudimentario, pero no pobre del todo, con calles de un solo sentido. Revisó los armarios, pero solo había unos pocos platos que no coincidían y algunas tazas y vasos. En la nevera había leche agria, unos huevos y una jarra de agua que llevó a la sala donde tenía sujetado a sus secuestradores, para salpicarles sus caras.
Sólo dos de ellos reaccionaron.
—¿Dónde tienen por aquí la chupa chupa, mis niños bonitos? —
Los dos hombres lo miraron sin comprender. El tercero mantuvo los ojos cerrados.
Maikol inclinó su pulgar hacia su propia garganta tres veces, su dedo meñique sobresaliéndose dramáticamente.
—¿Dónde, compadres? —
—Pa e e que qui e eia a—, el pequeño trató de quitarse la mordaza.
Mike levantó sus pistolas con ambas manos y apuntó una a cada una de las cabezas que no disimulaban sueño y evaluó sus reacciones por turno. —No dije ‘traten de hablar entre ustedes, compañeros. ‘ Dije ‘¿dónde?’—
El grande inclinó la cabeza hacia la trastienda, y allí el Tío Maiki encontró una maleta y la arrastró hacia afuera y frente a ellos, sacó una botella a medio emborrachar del interior, ropa arrugada y algunos artículos de tocador. —Gracias—, sonrió, bajando las pistolas para destapar la botella y sosteniéndola con tres dedos, echarse un trago.
—Ustedes, muchachos, están en un mundo de dolor—, sacudió la cabeza con tristeza, sentado frente a ellos con las piernas cruzadas. Sacó un paquete de Lucky Strike, encendió uno y sopló el humo por encima de sus cabezas, los miró y sonrió.
—No sé en qué estaba pensando tu jefe, pero todo lo que tenía que hacer era dispararme. ¿Acaso no son ustedes tres sicaritos, mis hijitos bonitos?—
El que fingía sueño empezó a temblar y emitir gemidos patéticos de su hocico. El otro lo miró fijamente con los párpados crispados.
—Pero, no, uno de ustedes genios tiene la brillante idea de llevarme con vida. Probablemente arrancarme las uñas una a la vez, algo así. . . tonto, tonto, tonto.— Sacudió la cabeza, lamentando el fatal error.
El más joven comenzó a sollozar, pero con la mordaza en la boca, su actuación fue lamentable.
Maikol volvió a sentarse frente a los hombres y tomó una pistola. —Esto es lo que pasa con la tortura—, balanceó el cañón hacia la cara del hombre grande y lo sacudió un par de veces. —Es como la pena de muerte—, explicó. —No se trata de que el tipo sea ejecutado; se trata de todos los que no van a ser ejecutados. Del mismo modo, la tortura no beneficia al tipo que está siendo torturado, ya sea que decidas que se lo merece o no. La tortura es para el beneficio de los torturadores. Es una especie de asunto enfermizo, compañeros. Si sabes a lo que me refiero. —
Tomó otro largo trago levantando la botella. Por la luz mortecina que se filtraba a través de las persianas, calculó que serían las siete de la tarde y encontró que le quedaban tres dedos finales, lo suficiente para comenzar la noche con un ligero zumbido.
—Pero, si esa era su pequeña perversión, entonces, ¿quién soy yo para sermonearlos, muchachos? Estoy seguro de que lo entienden todo muy bien.
No quisieron entender una sola palabra de lo que dijo, pero en su terrible posición ciertamente estaban llegando a comprender cosas igualmente importantes, el pequeño se preguntaba en qué punto terminaría la conferencia y comenzaría el tiroteo, el grande aguantando todavía por la llegada repentina de algunos amigos gánsteres en el hueco de la escalera para entrar y sobrevivir de alguna manera al fuego cruzado.
—Sí—, Maikol le sonrió a Marco. —Me gustaría que tus amigos vinieran a jugar también. Me gusta este juego; es divertido. —
Tomó el último trago y arrojó la botella en dirección a la basura. Se puso de pie y abrió su cuchilla automática. Hizo un fuerte clic. —¿Están listos, muchachos? —
Le pasó una pistola al hombrecillo e insertó la hoja de la cuchilla entre la mordaza de tela y la cara, y oliendo la orina mientras cortaba la mordaza. Dobló la navaja, se la metió en el bolsillo y expulsó el cargador de la Ruger en su mano libre y la arrojó a la basura. Sostuvo el arma justo al lado de la cara delgada y sudorosa del hombre, el extremo apuntando al otro lado de la habitación. —Abre la boca, chiquelín—, dijo, y luego hizo una pantomima. Tiró del cerrojo hacia atrás para expulsar la bala en la boca del hombre. —Ahora trague. — Hizo otra pantomima. El hombre tragó. —Eso no estuvo tan mal, ¿verdad? Quiero que me recuerdes cuando te rosque el fundillo mañana. —
Se volvió hacia el tipo grande. —Es tu turno, ahora, grandulón—.
Pero estaba cansado del juego y volvió a abrir su cuchillo y presionó la hoja al lado del cuello del hombre, justo donde corría la aorta. Ambos estaban muy quietos, y Maikol acarició la cabeza del hombre y observó cómo el pulso acelerado en la piel dentada se movía contra la hoja dentada. Con el filo hacia arriba y tiró suavemente de la cabeza del hombre hacia atrás por su cola de caballo para mirarlo bien a los ojos y sonreír.
Siempre le había gustado la Colt .45 y le complacía llevar esta en la cintura. Se ajustó la camisa hawaiana por encima y se echó la mochila al hombro.
Maikol se apartó de la puerta para sonreír. —Nos vemos, en las tiras cómicas. Los Tres Chiflados—, dijo, y salió por la puerta.
***
El segundo autobús estaba inusualmente silencioso, y Jack ensayó su breve cháchara de resignación mientras el autobús rugía por las calles de Gómez Palacio en un silencio inquietante. La conmoción de la clase trabajadora de la pequeña ciudad hijastra de Torreón era típicamente bulliciosa a esa hora de la mañana, el aire fuera del autobús, diáfano y brillante por el polvo del desierto, llevado por el tráfico de peatones y vehículos, todos con un lugar para ir. Pero hoy, fuera de la ventana, el cielo estaba azul profundo y las aceras tranquilas, las calles con tráfico disperso. En la calma sobrenatural de hoy, el horizonte norte a través de la ventana de Jack era una cinta marrón que se cernía sobre la superficie del desierto. Por encima de la turbulenta franja de la interfase, el cielo se volvió de un azul pálido y, más arriba, el color dio paso a un azul profundo, casi cobalto, que le recordó a Jack el color del agua donde esa vez habían pescado marlín en Mazatlán. El conductor manejaba inusualmente rápido, frenando para bajar o subir a uno o dos pasajeros en las paradas que en un día convencional podrían ver a veinte o más cambiar los escalones por la acera y viceversa.
La extraña circunstancia que provocaba el vacío de las calles no fue particular de Gómez Palacio, sino algo que de hecho contaminó las tres ciudades que componen la Tri-City, desde el dominante y vasto Torreón, hasta el diminuto y hosco paso pelirrojo hijastro, Ciudad Lerdo. Pero hoy el inquietate epicentro fue Gómez Palacio. Las madres mantenían a los niños pequeños adentro y a sus hermanos mayores confinados a los patios. Los intranquilos adolescentes y los niños mayores que aún vivían en casa, fueron intimidados para que no salieran de sus barrios. Los hombres se desviaron mucho más allá de los muros y algunos respetaron los pedidos de sus viejas de faltar al trabajo. Con el pretexto de comprar cigarrillos en las tiendas de barrio, tomaban café juntos en las tabernas y cafés para cotejar información y especulaciones. Era seguro que una explosión reuniendo fuerzas se estallaría en una ola de violencia, todos sentían la emoción del cambio atmosférica, como una tormenta social se hacía para dispersarse por la ciudad, llenar los arroyos con una inundación de aguas agresivas, que desafortunadamente se llevarían a tanto los inocentes como los culpables, una fuerza potente amoral, arrasando el desértico entorno urbano.
—Don Sancho realmente se lo ha buscado en esta ocasión,—, corrió el consenso. —No podrá sobrevivir a la vergüenza; no lo dejarán quedarse ahí… ¿Y si decide que no irá? No puede ir contra Torreón, y si lo hiciera, Ciudad Lerdo le estaría partiendo el flanco y lo liquidarían a él y a toda su banda. Está jodido, el güey, — coincidían en general.
Don Sancho había mantenido unidos a los trabajadores pobres de la ciudad durante casi dos décadas a través de hábiles alternancias de patrocinio e intimidación, siempre atento a los vientos políticos que soplaban a través del arroyo en Torreón, donde Don Adán había sido el que ponía reyes desde que emergió de un período de luchas entre pandillas a principios de los años cincuenta. A mediados de los setenta, su bizness seguía siendo convencional: prostitución, proteccionismo, juegos de azar, extorsión, alguna que otra intriga política que requería fuerza clandestina. Hubo una participación creciente en el tráfico de drogas que venía de las tierras altas de Durango en forma de marihuana que contrabandeaba a El Norte, pero los mafiosos de la vieja escuela como Don Sancho desdeñaron el tráfico y lo gravaron aún más que los negocios regulares. En su mayor parte, la turba de las tres ciudades cumplió con los deberes civiles que su poder les impuso y mantuvo paz y tranquilidad en las calles donde los policías y las fuerzas de seguridad aún no se movilizaban con seguridad cierta, donde la sociedad civil todavía necesitaba una modesta protección de excesos de borrachos, maridos golpeadores de esposas, pandillas de adolescentes que organizan asaltos para adornar como si fuera posible aun mas a sus low-rider Ford y Chevrolet, algún que otro violador y, sin duda alguna, obvio, a abusadores de niños.
Ciertamente habría sorprendido a algunos de la ciudad saber que a Don Sancho se le había asignado la tarea de atender a un sociópata particularmente ofensivo que deambulaba por las calles del pueblo, un gringo del que ahora circulaba ampliamente que se aprovechaba de los niños huérfanos en las calles y se rumoreaba haber interpretado a Papá Noel en orfanatos de Chihuahua y Ciudad Victoria con un gran traje rojo y una barba blanca postiza, donde los hacía sentarse en sus faldas y se reía y les daba golosinas. Cuando se corrió la voz de que los tres hombres de Don Sancho habían sido vencidos y humillados en su propio vecindario por este gringo, era impensable que Don Sancho alguna vez olvidaría su calumnioso fracaso en cumplir con este deber cívico de extrema importancia.
Jack miró a su alrededor desde el frente de la tienda cerrada con llave del Emporio de Minerales Finas Walker, asustado por el vacío de las aceras. Era casi como si todo estuviera relacionado, calles vacías y tienda cerrada por lo mismo, no imaginaba cómo podría ser así. De todos modos, Jack había llegado temprano para resolver este asunto feo mientras el Tío Maiki dormía hasta tarde, y Jack se iba a ceñir a su plan. Sacó la llave de donde Emilio la tenía escondida, abrió la puerta y entró y fue bajando por la rampa de concreto acanalado bajo el sol abrasador de la mañana hasta pararse frente a la puerta de Walker y miró los fatídicos paneles de vidrio incrustados en la puerta.
Walker solo sabía lo que podía deducir de los chismes a pedazos del vecindario que Lucinda le había compartido por teléfono. Supuso simplemente que los muchachos de Sancho habían venido a un tiroteo armados con meros cuchillos y se rio entre dientes de lo fácil que seguramente todos pensaron que iba a ser. Ahora el orgullo nativo estallaría, alguien tendría que pagar. Walker se rio. No le gustaba mucho a los que se alimentaban de los bajos fondos, que no estaban familiarizados con el trabajo de un día honesto. Aun así, se preguntó si toda la situación justificaba que un hombre, o más de un hombre, perdiera la vida por eso. Pero en realidad no le importaba un carajo, ¿y por qué debería? Salvo más matices en la situación, reabriría el lunes como si nada hubiera pasado y el mundo volvería a la normalidad. Walker se sirvió café y ante un golpe inesperado en la puerta, se lo derramó en la mano, entonces dejó caer la taza viéndola como se estrellaba contra el piso de baldosas. Era ese maldito chico de ahí fuera, sin el maldito sentido común para salir de la lluvia. Abrió la puerta de un tirón, respirando con dificultad, y dispuesto a una severa reprimenda tuerta, pero el muchacho venia prevenido y le ganó al Perro Loco en desvainar la lengua.
—Señor Walker, señor —pronunció Jack solemnemente—. —Lo siento, pero debo renunciar. El desafío aquí es más grande que lo que tengo que ofrecer, señor—.
—Pero lo has hecho bien, hijo—, tuvo que admitir Walker, confundido por la extraña formalidad del chico. —¿Estás seguro de que no quieres pensarlo? —
—Ya he pensado mucho, señor Walker, señor.
—Bueno, está bien entonces; siento que no te haya funcionado. —
—Gracias por la oportunidad, señor. Jack Stone se estiró para estrechar la mano del hombre grande y se dio la vuelta.
—Aquí, chico—, dijo el hombre, sacando un billete de cien pesos de un fajo que tenía en su bolsillo. —Toma esto; Te lo has ganado. Buena suerte para ti. —
—Gracias, señor Walker, señor—.
—Te acompañaré si te parece bien—.
Salieron por la puerta y Perro Loco esperó en la acera con su Browning metida entre la raja del culo y sus Levis, frente a la tienda cerrada, hasta que Jack subió al siguiente autobús, miró a un lado y otro de la calle, solo entonces Perro Loco Walker entró, cerrando con cadena la puerta detrás de él. Jack tenía a mano el billete y otras dos monedas para el transbordo que cogería en el centro de Torreón. Seguro que habría asientos vacíos, Jack miró a su alrededor para asegurarse de que no estaba siendo observado por personajes sospechosos mirando, para sacar el billete. Era un billete de 100 pesos. El peso estaba a 12,50 por dólar, por lo que su paga ascendía a ocho dólares. Había registrado 32 horas en total, por lo que resultó en veinticinco centavos por hora. Su paga, ajustada por haber faltado ayer y no haber comprado el almuerzo hoy, fueron de $6.80. Lo estudió todo y tuvo que admitir que desde el principio se había ofrecido gratis, sin pago, por lo que no tenía ninguna razón para quejarse de haber salido con solo $ 1.20 por delante.
Al menos el Sr. Walker había cubierto sus gastos. Al menos su primer trabajo de verdad no le había costado nada. Aun así, Davy tenía razón, su cuenta estaba vacía, y Jack tenía el ojo puesto en el juego de iniciación para atar moscas de Orvis, que costaba $78. Los chicos en los Estados Unidos lo tenían muy fácil; todos podrían salir y conseguir trabajos de verano y ganar un montón de dinero y realmente ganar un dólar por hora, e incluso más para ahorrar todo tipo de dinero. Pero en México solo una fracción de lo que se podría ganar en los estados se ganaba acá. Aun así, los barrios adinerados disfrutaban de un chico estadounidense que lavaba sus autos y lustraba sus zapatos, por lo que Jack sabía que tenía una ventaja laboral sobre los chicos mexicanos que deambulaban por las calles haciendo el mismo trabajo. Al precio actual de diez centavos, Jack tendría que lustrar tres pares por hora para superar lo que estaba pagando el Sr. Walker y hacerlo desde su vecindario sin incurrir en costos de viaje y almuerzo. Y a $0.50 por auto, que podía lavar en tan solo una hora por dentro y por fuera, solo lavaría 156 autos para tener suficiente para el kit de atado de moscas. Y eso aún le quedaba tardes para el trabajo mineral en su banco de laboratorio y para expandir sus horizontes de cultivo de cristales. Tal vez el laboratorio de química de la escuela secundaria tenía algo de acetato de cobre para donar a su causa y ahorrarle los gastos de tener que comprarlo. Seguro que así lo esperaba porque, aparte de lo que costaría, tendría que averiguar dónde conseguirlo. ¿A dónde van para comprar acetato de cobre en Torreón, Coahuila, México? Sí. Tendría que sentarse con papá para hablar sobre esto, a ver si podía abordar las existencias del laboratorio de química. . .
***
—Tómate otro—, Perro Loco derramó un par de tragos más y cortó el limón.
—La última —dijo Emilio con severidad. —Dos es mi límite, ¿recuerdas?—
—¿Cómo va tu hermano?—
—Marco se está recuperando físicamente—, sonrió Emilio. —Se quita el yeso de la muñeca en una semana, pero le queda otro mes para el yeso de la pierna, y hasta ahora se ha mantenido limpio. Pero mentalmente, bueno, tiene bastante que superar—.
Bebieron los tragos mordiendo el limón. Emilio mojó su dedo índice, tocó la sal y se la llevó a los labios.
—¿Cuánto tiempo tienes que mantenerlo? —
Emilio suspiró. —Bueno, el viejo no lo deja volver a la casa, y está bastante mal con su antiguo grupo, el blanco de todas las bromas. Entonces, el tiempo que sea necesario, supongo. Lupe se queja, pero eso enorgullece a mamá. ¿Qué puedo hacer, jefe? Él es mi hermano. —
—¿Crees que volverá con su antiguo grupo? —
—Lupe dice que solo está aguantando hasta que lo acepten de regreso. . . pero no estoy tan seguro de eso.
—¿Crees que podría limpiar y volar, ¿verdad? —
—No voy a maldecir nada especulando. Pero sé una cosa, no quiere enfrentarse a otro Mister Maiki, ¡eso es seguro! —.
Ellos rieron.
—¿Cómo está el chico nuevo? —
Emilio frunció el ceño.
—Así de bien, ¿eh? Supuse que podría salir bien las cosas. —
—El chico es una máquina—, reconoció Emilio. —Nacido para los engranajes, criado en el lubricante—. Arqueó las cejas y se preguntó por la repentina debilidad del jefe por los chicos desfavorecidos del vecindario, dispuestos a trabajar y aprender. No era como si el Emporio fuera a limpiar las calles y allanar el camino hacia un futuro brillante para el norte de México, pero, bueno, no perjudicó a nadie y valió la pena el problema adicional en las láminas de Emilio por el bien que hizo. Y la comunidad lo reconoció, por lo que también fue una buena política local. Emilio se mostró desdeñoso con aquellos que lo mencionaron en el barrio como un chisme, pero aún estaba orgulloso de ser parte de eso. —El cuate es oro—, le aseguró Emilio a su jefe. —Fue una buena decisión. —
Perro Loco se sirvió otro y cortó otra rodaja de limón.
—No todos pueden conocer sus minerales, Emilio—, lo fulminó con la mirada.
—El trabajo duro es lo suficientemente bueno—, estuvo de acuerdo Emilio.
—Es un negocio difícil—, reflexionó Perro Loco. —Se necesitan bastardos duros como tú y yo para lograrlo—.
Reflexionaron sobre eso un poco mientras uno de los viejos LP de Walker tocaba música gringa mientras intentaba cantar.
—Simplemente no me pidas un puto aumento—, Walker le guiñó el ojo a su capataz.
—Sírveme otro, esta vez haré una excepción a la regla de los dos tragos—, dijo Emilio. —Así que no tienes que beber solo. . . entonces debo ir a casa con Lupe.