Aliens


Los dos pares de abuelos fallecidos estaban a ambos lados de su cama, los cónyuges extrañamente reversados, y los cuatro se turnaban para hurgarle las costillas y soltar carcajadas de risa. Había una marimba tocando un Calipso, la habitación se calentaba y afuera, Helios levantó el techo de zinc para dejar que la mañana se derramara voluptuosamente en la cabina que Jack divisaba como fuera del radar de los muchos que se interesaban en sus movimientos. Se despertó con el nuevo tono de llamada, avergonzado de estar hasta esta hora en la cama, pero por lo menos, bien descansado. —Ay no— le dijo a la habitación. Era Harry. Contra los sueños y los dioses no había recurso, pero contra los meros mortales siempre podías apagar el celular. Ya era tarde para esta ocasión.
—Hola Liebre— respondió. —Un poco temprano para ti, ¿no es así…?—
Pero no era el Liebre en absoluto. Era un paramédico llamando desde el teléfono de Harry.
—¿Qué pasa? Mi nombre es Jack Stone. ¿Dónde está Harry?-
—Nada roto, sin lesiones internas aparentes; ha estado en un accidente de tránsito, pero está bien.—
—¿Y otros heridos?—
—No, se salió de la carretera, eso es todo. Nadie más involucrado—.
—¿Puedo hablar con él?—
Hubo una larga pausa y ruidos de fondo de murmuraciones, hablados, y cigarras. —Preferiría no. Él es incoherente de todos modos. Lo tenemos en la ambulancia, está atado. No tiene identificación, así que estoy tratando de saber quién es y hacer que su familia esté al tanto. ¿Dices que su nombre es Jari?—
Su acento lo hacía sonar como la pronunciación india de hare Krishna y hare rama, y supuso que Harry lo aprobaría.
Jack se levantó para vagar por la habitación.
—Sí, Harry Trayne; él es mi amigo. ¿Dijiste que lo tienes atado?”
—¿El señor Trayne tiene alguna condición mental de la que deba estar al tanto…? Está delirando, ya ves, no solo por el accidente, o no así del todo .
—Más o menos— respondió Jack. —Harry es drogadicto.—
—Pensé, tal vez. Está sudando profusamente. Y fuera de su mente.—
—Lamento que tenga que pasar por esto.—
—No es nada. Salió de la carretera, ya ves, unos cientos de metros al oeste de Los Chorros…—
La voz continuó. —¿Usted lo conoce?—
Jack lo conocía. Empinado y profundo. —Peor sitio para salirse de la vía en esa carretera no hay.—
—Correcto.— El paramédico se río entre dientes. —De vez en cuando te llega un milagro… oye, el tráfico quiere hablar contigo.—.
Jack llegó una hora más tarde e hizo retroceder su camioneta por una entrada para poder luego salir rodando. El tráfico estaba en una de sus grúas, una mera coincidencia; la camioneta de Harry ciertamente no estaba enganchada en la parte trasera. Había una ventana en la maleza que bordeaba la carretera por donde Harry se había salido y el cielo se derramaba a través de ella. Desde una pequeña elevación en la pista a unos treinta metros al este, un solo conjunto de marcas de derrape se desvió suavemente de la carretera hacia esa ventana de césped. La pared vibrante de verde alucinógeno a ambos lados de la franja de Harry se balanceaba con la brisa y el contagioso humor de zacate. Nubes bajas pasaban junto a la ventana, ballenas blancas en un océano de cielo, y contemplaban la escena con ojitos de ballena celeste; fue ahí cuando Jack se mareó y se sintió mejor cuando el tráfico se acercó y lo salvó de tirarse súbitamente por el borde de la pendiente.
Jack practicaba a regañadientes el arte de hablar con la policía. Sus propias experiencias negativas al respecto palidecieron al lado de las del Liebre, un imán de policías de clase mundial. Jack puso su cara de oveja cuando el oficial se acercó, listo para comerse el hígado si había que hacerlo y ponerse tan listo como la ocasión lo requiriera, contrito y complaciente, listo para recibir uno en la barbilla por las ocasionales carnales de amistad y patria. Lo que sea que fuera necesario. Tenía un fajo de benjamines listos en el bolsillo de sus shorts por si hacia falta algún chorizo.
—¿Puede informarme sobre su número de pasaporte y nombre completo, señor Stone? eso es genial; me ahorra trabajo y a tu amigo más preocupaciones.— Jack había prometido esta información por teléfono y la había transcrito desde su computadora, donde estaba archivada para este tipo de situación. ¿Pero…por favor, señor Stone…no quieres mirar primero? –
La sonrisa era de regordeta benevolencia, oficiosa, una simpatía cordial que no podía ser rechazada, Jack se dejó engatusar hasta el borde donde noventa metros más abajo, el Sueño Azul estaba encajado contra una estera verde, el vivo hombro del guindo afeitadito hasta la rica tierra marrón por el pasaje veloz de ese Sueño. Jack tuvo arcadas, pero no vomitó.

—Parece que su amigo engañó a la muerte, ¿no es así, señor Stone?—
Jack cerró los ojos para escuchar el susurro del zacate mientras ahogaba el vértigo. El viento le hacía cosquillas en el cuero cabelludo afeitado y silbaba en su oído mientras soplaba desde el Pacífico cuando el sol golpeaba alegremente la ladera de la montaña. La carretera estaba extrañamente tranquila, pero las cigarras abajo en el valle estaban animadas y ruidosas. Los pocos vecinos se quedaron parados alrededor y miraban boquiabiertos, sin musitar palabra alguna; en el vacío descendía desde lo alto, el grito lastimero, distante como cometas, las tijeretas que cazaban las orillas de las corrientes térmicas. El paisaje danzaba mientras el Pacífico ascendía por el flanco ascendente de la cordillera costera y Jack absorbió la extravagancia bucólica como lo hacía a diario, la belleza alucinante y las caricias del aire suaves.—
—Me dijo que se inyectaba cocaína.— El oficial dijo esto con naturalidad para luego mirar hacia el valle y agarrar sus manos detrás de su espalda.
Jack miró más allá del uniforme a la cara del oficial, donde no encontró ninguna muestra de amenaza o malicia. Por el contrario, parecía mirar a la cara al servicio civil, en el que no iba a ser la parte externa del problema, sino admitido en la mecánica de la solución, a pesar de ser extranjero. Jack objetó sin permitir que se reflejara aún en su rostro; esto era seguramente toda una trampa elaborada.
—Sé que está todo enredado con esto— dijo Jack, mirando hacia el valle y juntando sus propias manos detrás de su espalda. —Fumándo la piedra, incluso. Esta es la primera vez que oigo hablar de jeringuillas.—
Contemplaron el valle, por fin seguro en sus colindancias, aplaudiendo a la espalda él admiró una hermosa mañana.
—Apuesto a que Harry está en un gran problema por esto— especuló Jack después de que el silencio comenzó a volverse incómodo.
—No hay infracción de tránsito, todos los papeles de su auto están en orden. Podría detenerlo por no tener una identificación personal, pero estoy seguro de que se le ocurrirá eso antes de que termine de revisarse en el hospital, especialmente contigo aquí ahora. De todos modos, parece tener suficientes problemas sin que yo lo cite por cosas tontas que hacen perder el tiempo, como no mantener el control. Y estoy condenadamente seguro de que no voy a tirarme al guindo para buscar su droga. Ese es su problema, no el nuestro.— El oficial se río entre dientes, mirando teatralmente por el borde para admirar al guindo y mover las cejas hacia el señor Stone. Las gafas de sol cayeron de su reposo sobre su frente para encajar en su nariz aguileña, restaurando una muestra más típica de amenaza sádica a su tupido y juvenil bigote.
El oficial Rojas negó con la cabeza y le entregó a Jack el paquete de documentos del vehículo y un lugar para firmar. —Pobre tipo— dijo. —Espero que pueda enderezarse. Buena suerte con eso.—
Se estrecharon la mano y el policía hizo retroceder el pesado grúa policial hasta la carretera, y se dirigió en el sentido hacia Pérez, dejando a Jack con los curiosiantes que se acercaron, aunque seguían sin hablar y la hipnótica hierba balanceaba los restantes cargos. Volvió a cruzar la carretera para mirar de nuevo al guindo, y los transeúntes ahora parloteaban sobre la gran suerte de sobrevivir a un choque como ese. Jack se quedó mirando durante un largo y aparentemente última vez al Sueño Azul, maltratado allí abajo, encajado contra un muro de arrasada vegetación.
Jack descendió progresivamente hacia una locura cada vez mayor en el Hospital General de Pérez Zeledón. No preguntó y encontró su camino por intuición a través del laberinto de corredores hacia donde suponía que se dirigía, donde se extendían las multitudes heridas, donde el goteo de fluidos corporales tenía cierto grado de frecuencia, donde se ridiculizaba la presunción de la privacidad, donde sufrimiento fue satirizada por la realidad gris, en las entrañas más profundas y circunspectas. No fue desafiado por el personal médico acosado de muchos colores de matorral que se apresuraban de un lado a otro y entre las mismas alas del hospital por las que Jack pasaba, sabiendo que su amigo estaba en el otro extremo. Los pacientes en los pasillos lo vieron pasar con ojos plomizos. Guiños y pulgares arriba sin duda. Estaba bien fuera de su zona de confort. La sala de emergencias estaba al otro lado del complejo hospitalario, su suplica se desparramaba por el pasillo que conducía a ella y al vestíbulo más allá del pasillo, un área que no estaba destinada a la atención de pacientes pero que claramente se habilitaba a por la gran demanda diaria.
La mayoría de los que sufrían tenían la decencia de reprimir sus gemidos y no había evidencia de casos de traumatismos importantes. Harry estaba en lo más profundo del corredor hacia la sala de emergencias, acostado en una camilla, con los brazos atados a los rieles con amarres improvisadas de cinturón de bata. Tenía la cabeza vuelta hacia la pared enfrascado en un acalorado monólogo.
—Oye.—
—¡Chaco!—
Harry sonrió a Jack, claramente estaba ido, pero a través de la nebulosa droga vio en los ojos de su amigo el espectro completo de Harry y no el sabor particular del día. —¡Gracias a Dios!— exclamó el Liebre. —¡Guau hombre! ¿Como lo descubriste? ¿Y cómo tan a tiempo? ¿O estoy perdiendo la noción del tiempo? Probablemente sea eso, ¿no? He perdido tiempo…–
—Para nada, solo estaba en el vecindario— sonrió Jack.
—Guau. ¡Gracias, gracias, gracias!—
Las pupilas del Liebre estaban dilatadas, su frente llena de moretones y tenía la cara con varias cortadas. Estaba tenso por estar atado, pero no sudaba ni temblaba, aunque su ropa apestaba y su cabello estaba enmarañado. El mismo Harry era suave y flexible, no el Harry duro con botas de motociclista que patean mierda, sino el académico con anteojos, agarrando un fajo de poesía. De fijo estaba ileso, solo desajuntado aún. Se podría decir en este punto podía encargarse de lo que pasaba, dejando que también el sistema resolviera sus golpes, tenía que hacerlo. Al no tener otra opción, Dios sabiendo que probablemente se merecía lo peor, Harry Trayne al menos estaba siendo grande al respecto o eso le pareció a Jack mientras trabajaba desde diferentes recovecos.
—No te preocupes, amigo. Son las once de la mañana. Han pasado como tres horas desde que te mandaste para el guindo.—
Las ventanas dejaban ver las nubes de hierba que parecieron pasar ante los ojos de Harry y los músculos de su rostro comenzaron a endurecerse con el silencio.
—Mira cómo me tienen— hizo una mueca, sacando la barbilla fuera de sus ataduras. – Ayúdame a desatarme.—
—Espere, vaquero. Te tienen atado por una razón, Liebre.—
—Jack, mírame. No pueden atarme. Tengo derechos.—
—Probablemente estabas pellizcando las nalgas de las enfermeras y en esas mierdas.—
—Dame un maldito respiro y haz que esos imbéciles vengan a desatarme si no lo haces tú mismo, tengo derechos. ¡No pueden atarme!—
—Shut the fuck up, Donnie—dijo Jack inexpresivamente, obteniendo una sonrisa de su postrado amigo atado que luchaba por la libertad. —En caso de que no te hayas dado cuenta, Liebre, somos invitados en este país. Extranjeros, y probablemente uno de nosotros ilegal. Casi seguro, dadas las circunstancias. No tienes derechos que no puedas defender de todos modos, y no voy a arriesgar mi cuello por ti por esto. Así que juega bien, hermano, relájate un poco y veamos cómo sacarte de aquí. ¿Sabes cavar?—
—Estaba un poco alborotado— admitió Harry al fin. —Y traté de escapar por la ventana del baño.—
Se río. —Resulta que no soy ningún Houdini.—
—¿Qué pasó, Harry?—
—Me sacaron del camino a la fuerza, Chaco.—
—¿Quién lo hizo?—
—Me estaban siguiendo y pensé que los tenía cuando aceleré el paso, pero luego se abalanzaron justo detrás de Los Chorros y me arrojaron de la montaña como un muñeco de trapo.—
—¿Quién Harry? ¿Quién te estaba siguiendo? ¿Quién te sacó del camino?—
—Deben haber visto mi puntaje y me siguieron, porque cuando me detuve en el pase para cocinar, se abalanzaron sobre mí justo cuando terminé de hacer mi tiro. No habían pasado ni cinco minutos cuando estaba dando vueltas en ese guindo.—
—Entonces, ¿son los mismos panameños que te persiguieron en Osa?—
Harry miró hacia arriba. —Las marcas del derrape mostrarán que me obligaron a salir de la carretera, Chaco.—
—¿Pero son los mismos panameños que te siguieron desde la frontera esa vez? ¿Y que te han estado siguiendo desde entonces. . . y jodiendo contigo?—
—No les vi las caras—.
—¿Pero, ¿qué piensas tú?—
—No creo que hayan sido los panameños esta vez.—
—¿Quién crees que fue, entonces?—
—Todavía no estoy listo para decirlo.—
Jack dejó reposar esta declaración durante un buen rato y luego dijo: —Tenemos que ver cómo sacarte de aquí Harry.—
—No me crees, ¿verdad?—
Jack miró hacia abajo y frunció el ceño. —Creo que lo crees Liebre. Pero alucinas. Tú lo sabes. Te he visto hacerlo y me asusta, quieres saber la verdad. Lo que ves y escuchas a menudo no está allí, Harry, especialmente justo después de un fumadaso o un tiro o algo así.—
Harry miró hacia otro lado y pensó en esto y lo dejó pasar. —¿En qué tipo de problema crees que estoy metido?—
—Ninguno. Vas a patinar de nuevo, bañado en leche… Y tu camioneta ni siquiera rodó, así que, con tu grueso fajo, puedes arreglarlo de nuevo. En unas pocas semanas serás tan mortal como siempre.—
—Si lo logro— Harry sonrió. —Si esos malditos panameños no me agarren primero.—
Una enfermera vino a llevarse a Harry y le indicó a Jack que los acompañara. Un médico los siguió a la habitación y la enfermera y el médico miraron al paciente primero y después a Jack.

—No hay necesidad de intentar escapar—le dijo el médico a Harry. —No estás en problemas y puedes irte en cualquier momento, pero es mi trabajo examinarte para asegurarme de que no estés herido de alguna manera que no podamos ver en la superficie.— Habló suavemente, y tanto Harry como Jack se miraron a los ojos y se movieron con la cadencia de las palabras del joven doctor. —Necesito que cooperes conmigo en esto. Es por tu propio bienestar. Por favor, sé amable cuando te quite estas ataduras.—
El doctor miró a Harry, luego a Jack, y Jack y el Liebre se miraron entre sí, y Jack y el doctor miraron las tetas de la enfermera, y al mirarse consensualmente, todos acordaron sin más palabras sobre sus expectativas colectivas sobre el comportamiento de Harry y su contrato visual implícito. El médico desató un lado y la enfermera el otro, inclinándose un poco para anestesiar a Harry con el movimiento de su escote mientras se ocupaba del nudo. Cuando le quitaron los vendajes, ella giró sobre sus talones y recogió las toallas que antes lo ataban, llevándolas fuera del cuarto de curación mientras el médico levantaba a Harry hasta sentarlo, sus piernas se balanceaban hacia un lado y lo colocaban, examinándolo, escuchaban y percutían. Hizo preguntas, mientras Harry se sostuvo con fuerza de los bordes de acero inoxidable, y respondía con honestidad espeluznante e inquebrantable.
—Hay una mancha en tu hígado— dijo por fin el médico, colocando la imagen de ultrasonido en la caja de luz y poniendo el dedo en la mancha. —Podría no ser nada, pero podría ser una hemorragia interna. No tenemos forma de estar seguros sin tenerte en observación durante la noche. Lo lamento, señor Trayne, ya que nuestro alojamiento no es particularmente atractivo, pero necesito por su salud que se quede con nosotros.—
La noticia no sacudió demasiado el mundo de Harry. Estaba razonablemente esperando algo mucho peor que una noche bajo observación médica. Jack se lo imaginó haciendo números, preguntándose por qué no iba a ir a la cárcel u otra institución aún peor, o por qué no lo deportaban sumariamente. Alguna cosa. Sí, una noche bajo observación era bastante ligera, dadas las circunstancias.
—Debe dejar las drogas y es posible que necesite tratamiento para hacerlo— aconsejó el médico.—Supongo que ya lo sabes.—
—Estoy luchando un poco con esto— admitió Harry.
—Lamento que no tengamos habitaciones privadas disponibles, por lo que la enfermera le proporcionará una camilla, una toalla y jabón. Recetaré algo para la ansiedad a la hora de acostarse y lo veré a primera hora de la mañana.— El joven doctor sonrió y cerró el expediente para darle a Harry toda su atención. —Costa Rica tiene algunas buenas clínicas de rehabilitación si así lo decide.—
Jack no pudo disuadirlo de recuperar primero su fajo. Eran mil doscientos dólares, la paga de un mes de salario para el policía de tránsito. Aquí, en la sala de emergencias, Jack suponía de que se lo robarían durante el transcurso de la noche, pero Harry no lo aceptaría de otra manera, su forma de hacerle saber a Jack que no planeaba quedarse a pasar la noche.
—Realmente podría ser una hemorragia interna— dijo Jack.
—Ya veremos— respondió el Liebre. —Por lo mucho que le obligo a este cuerpo, necesito que sus partes básicas funcionen, ¡eso es seguro!—
Para cuando Jack se fue, las pupilas de Harry habían vuelto a la normalidad y su discurso había perdido su breve urgencia en reanudar su cadencia cognitiva y mesurada. Se transformó de un loco delirante en un gringo común; con una ducha y un afeitado sería incompatible con las jeringas hipodérmicas, piedras humeantes, y las picadas de raya y cosas del estilo, pero tan repentinamente como el Señor Limpio se formó en la mente de Jack, cayó en las constituyentes piezas de posibilidad sobre la cerámica del piso para romperse aún más, y Jack miró a su alrededor a la gente que sufría silenciosamente en la fila esperando su turno.
Le tomó treinta minutos llegar al Hotel Jardín Tropical desde el hospital: cruzar el paso y bajar hacia la costa y luego a la entrada del hotel, unos diez kilómetros despues de Platanillo. De camino se detuvo en el guindo de Tinamastes y dio marcha atrás en el camino de la entrada de esta mañana, esta vez apretando el freno de mano y dejar a Silver al ralentí, para cruzar la carretera y echar otro vistazo por el borde. Pero la grúa a la que llamó ya había venido y extraído al Sueño Azul y ya no estaba. Todo lo que quedó fue la franja de su destrucción y un nuevo ciclo de facturación para el Liebre.
—Tuvimos que empacar sus cosas— explicó el gerente. —Teníamos una reservación para una pareja ingresando esta noche, prepagos, tenemos ocupación llena, el señor Trayne lo sabía.— El hombre levantó las palmas de las manos y las cejas con invitaba desesperación. —Cuando no regresó al mediodía, no tuvimos más remedio que empacar sus cosas.—
–El Señor Trayne lamenta mucho por la molestia.–
—Escuchamos que se salió de la carretera por Los Chorros.— El gerente tragó saliva. —Mal lugar para salirse de la carretera; Espero que esté bien.—
—¿Algo inusual en las cosas de Harry?—
—Tuvimos quejas de los huéspedes anoche. Aparentemente, su amigo salió de su habitación varias veces y caminó por los jardines tarde. Toda la noche, más o menos.—
Jueputa panameños
—Encontramos el cuello roto de una botella de vino cerca de la entrada; aparentemente, andaba armado de esta manera. Es un poco inquietante, ¿no crees?—
—Oh, vamos— objetó Jack, agitando la mano.
—¡No, es verdad! Le vendimos el vino unas horas antes en el restaurante, se lo abrimos y todo, luego se lo llevó a su cabina. No hay duda de que es la misma botella; fue nuestro vino más caro, por lo que fue notado por el personal.—
Bueno, mi amigo tiene algunos ‘problemas’ en este momento, y lamento mucho las molestias. Por favor, dígame cuánto debe— insistió Jack. —Pagaré y me iré con sus cosas, ya no lo molestaré más.—
—Oh, no, señor Stone— el gerente se negó rotundamente. —El Señor Trayne dejó todo cancelado. No hay problema en absoluto. Me alegro de que no le encontró la muerte en ese guindo y espero que pueda solucionar sus ‘problemas.’ En persona, tenía muy buenos modales.—
Karina Trayne, la hermana de Harry, alcanzó a Jack mientras él estaba en la entrada del hotel, deteniéndose en la carretera principal, debatiendo qué camino tomar. Acababa de hablar por teléfono con Harry. Salió de la pendiente, apagó el motor y le dijo lo que creía saber.

—Me dijo que los extraterrestres lo empujaron fuera de la carretera— dijo ella. —Recogido y tirado es en realidad como lo expresó. . . como un muñeco de trapo.—
—¿Alienígenas…?—
—Sí, extraterrestres.—
Se quedaron en silencio, asimilando la extraña noticia.
—Cuando lo dejé, estaba racional— razonó Jack. —Estaba todo tranquilo, el buen viejo Liebre, nada de locuras.—
—Sí— ella estuvo de acuerdo. —Él soñaba perfectamente normal para mí, Jack, sin indicios de estar en nada…hasta que él, ya sabes, comienza a hablar de los extraterrestres.—
—Me dijo que lo obligaron a salir de la carretera— informó Jack, —pero omitió toda la parte extraterrestre. Se negó a decir de quien se trataba.—
—Sé que no me mentiría, Jack.—
Harry era muchas cosas, pero entre ellas un mentiroso no. Decía la verdad cuando había que hablar, incluso a la policía, y mientras su fajo aguantaba, siempre pagaba puntualmente los daños del hotel donde quiera que se hospedara, por lo que no solo era honesto, sino también responsable. Por supuesto, todavía estaba dentro de sus posibilidades económicas ser responsable, pero quién sabe cuánto eso iba a durar.
Aun así, Harry había ocultado la parte sobre extraterrestres en su versión para Jack, quien se estremeció por la omisión.
—Tengo miedo de decir esto, Jack, pero creo que él realmente lo cree.—
Se despidieron y antes de que él pusiera en marcha su camioneta y decidiera en qué dirección girar, el monstruo de la marimba estaba de nuevo en las carreras, y esta vez era Harry, y Jack miró el teléfono con la misma inquietud que había mirado esta mañana. Cualquiera que sea la propuesta de Harry, Jack no se postulaba. Rechazó la llamada, puso en marcha su camioneta y giró a la derecha, alejándose del problema y hacia Dominical. Lo arreglaría por la mañana; el Liebre podría cuidar de sí mismo esta noche. Jack iba a comprar un habano en el cruce y una botella de Malbec en La Corona para llevarlos al Hotel Tucán y volver después a su propio universo y pasar la noche en la tranquila Uvita e incluso podría lograr una aparición en el proyecto mañana, antes de dirigirse a Pérez para salir de debajo de las cosas de Harry y enterarse de las nuevas aventuras que esta noche probablemente presentaría su amigo errante a pie, solo, en la suave noche de Pérez Zeledón
Nadie trató de detenerlo, e incluso le habían hasta lavado y secado su ropa, así que cuando Harry salió del hospital por ahí de las seis, justo después del anochecer, tuvo que admitir que, considerando todo, no había salido tan mal. No estaba muerto; no resultó herido, al parecer; estaba seguro de que la mancha en el hígado era solo una estratagema del médico para hacerle pasar una noche infernal. Y aquí estaba, recorriendo las calles de una ciudad que le era familiar, con ropa limpia, sus propios mocasines y un fajo gordo en el bolsillo. Seguro que fue un fastidio lo del Sueño. Eso le iba a costar al menos cuatro de los grandes, tal vez más. Que coñazo estar de pie; Tendría que alquilar un coche por la mañana, no caminar así por mucho tiempo…pero frunció el ceño ante la incertidumbre de cuánto asignar mentalmente para las reparaciones, se maginó usando los ahorros de un carro no alquilado a la factura final. Fue un pensamiento reflexivo, una consecuencia pavloviana por ser Harry Trayne. Por supuesto, mientras hubiera dinero y sus sinapsis se disparen en sincronía con el universo de la cocaína, finalmente haría lo que le pareciera mejor en ese momento, sabiendo que al final todo saldría como iba a salir de todos modos, con todas las maquinaciones que caen al lado probado o no.
Después de beber Cabernet y disfrutar de un Delmónico término medio rojo en Bazooka’s, fue a la Cascada para medir la onda y se tomó unas copas. Calculaba que si lograba encontrar un ritmo razonable con el etanol, podría sobornarse con una habitación de cincuenta dólares en el Hotel Chirripó para darle al menos un día de descanso a la Yegua Blanca. En cambio, tomó un taxi para conseguir piedra, consiguió una habitación con aire acondicionado en el Amaneli y reunió no solo a una sino a dos mujerzuelas y lo consideró todo como un consuelo por haber sido puesto de pie por el ágil adversario y fue bastante bien hasta que comenzó a sospechar que una de las rameras estaba aliada con los panameños y las echó ceremoniosamente a ambas de la habitación. Se fumó la última calada y destrozó el baño para revelar al acechador detrás de la mampara de la ducha, y cuando ni los gerentes, ni proxenetas ni policías irrumpieron en él, se echó hacia atrás en la cama tambaleante para escuchar y observar cómo los extraterrestres rascaban en las hendijas y bordes para levantar el techo hasta alcanzarlo.
